Esta vez ha ocurrido en Oviedo. Dos gemelas de origen ruso de doce años se arrojan al vacío desde un sexto piso. El suceso llega tres meses después de que otras dos gemelas de la misma edad hiciesen exactamente lo mismo en Sallent, aunque una de ellas sobrevivió. Se dedicaron muchas horas de televisión y se escribieron centenares de páginas en la prensa sobre aquel caso. Hasta algunos políticos creyeron que era una buena idea pronunciarse sobre el tema e incluso convertir a la niña muerta en una mártir de la causa transexual. Recuerden a Irene Montero comenzando una intervención pública diciendo solemnemente aquello de "se llamaba Iván". Hasta los padres de las gemelas tuvieron que salir al paso y recordar que su hija muerta se llamaba Alana, dada la deriva que estaba tomando el caso. Puro hooliganismo a costa del cadáver de una niña.
Muy pocos advirtieron del riesgo que entrañaba hablar a todas horas del suicidio de dos crías, sin detenerse a pensar ni por un solo momento que, quizás, entre quienes consumían esa información había niñas tan vulnerables como las propias gemelas de Sallent. Y los que tímidamente nos atrevimos a hacerlo fuimos sepultados con argumentos que mencionaban "la sensibilización ante el suicidio infantil", "la necesidad de denunciar el bullying" o, directamente, el interés que en el público soberano suscitaba la historia.
Han pasado algo más de tres meses de la tragedia de Sallent. Nadie se acuerda siquiera de los nombres de aquellas niñas y pocos medios se han interesado por el estado de salud de la gemela superviviente. Una gran parte del periodismo que se hace hoy es así: tan efímero como un tuit, tan superficial como un vídeo viral y menos duradero que un GIF de David Bisbal. En las primeras horas de la tragedia de las gemelas de Oviedo, con sus padres ingresados en centros sanitarios y los cuerpos de las niñas aún calientes, se habían disparado ya todas las especulaciones posibles: las gemelas eran víctimas de acoso por ser rusas, una de ellas hacía dibujos siniestros, habían encajado muy mal el conflicto de su país de origen con Ucrania, su madre recibió la noticia muy fríamente y quizás tuvo algo que ver con los hechos.... Y todo ello mientras la Policía no había accedido ni a un solo dispositivo o escrito de las niñas. Ni siquiera habían empezado a tomar declaraciones a los testigos. Pura especulación, puro periodismo de artificio, pura impostura camuflada en información, en el mejor de los casos, y disfrazada de sensibilización en el peor. Solo unos pocos profesionales –y no del periodismo– advirtieron en algunos medios sobre la posibilidad de estar ante el efecto Werther: algo no iba bien en las frágiles y aún inacabadas mentes de las gemelas de Oviedo y el caso de Sallent les sirvió de modelo.
Empecé en el periodismo cuando había un pacto tácito entre todos los medios de comunicación para no informar sobre suicidios, pero soy de los que piensa que hay que sacudirse ese tabú, máxime cuando se está convirtiendo en una epidemia. Pero también creo que, como cualquier otra información que afecte a menores, hay que manejarla como si de un explosivo volátil se tratara: con extrema precaución, responsabilidad y sensibilidad. Esa es nuestra obligación y no buscar explicaciones a lo que no tiene.