Quienes mataron a Javier Ardines –las cuatro personas que se sientan estos días en el banquillo de la Audiencia Provincial de Oviedo, según la Fiscalía y la acusación particular– dejaron una viuda, Nuria, y dos jóvenes huérfanos, Alba e Iván. Los tres contestaron brevemente el pasado viernes las preguntas de la fiscal Belén Rico y de Javier Beramendi, abogado de Pedro Nieva, un letrado que interroga con tanta profundidad como elegancia en las formas. Las víctimas del crimen poco tenían que aportar al caso: Ardines era un hombre de rutinas y Nieva, el presunto inductor, sospechaba desde hacía tiempo que su mujer le engañaba con el concejal asesinado y por eso los grabó y meses después envió la prueba de la traición a Nuria y a Alba. La esposa de Ardines también tuvo que contestar a una aparentemente descontextualizada pregunta de la fiscal: "¿Su marido se duchaba todos los días?". Nuria dijo que no.
Una investigación criminal y un proceso penal tienen estas cosas: no dejan y no deben dejar una sola zona de sombra en la vida de la víctima, su familia, sus allegados, los sospechosos… Nada ni nadie queda en penumbra cuando el foco de una investigación se enciende, por incómodo y doloroso que resulte. Confirmar que Javier Ardines no se duchaba a diario es importante para explicar por qué su en cadáver había restos biológicos de una mujer con la que estuvo la tarde anterior a su muerte. Esa joven tuvo que contar ante la Guardia Civil y lo volverá a hacer esta semana ante el jurado qué hizo exactamente con el concejal de Llanes esa tarde, porque los abogados defensores lanzaron desde el primer día del juicio la idea de que no se investigó lo suficiente la relación de la víctima con esta mujer como posible detonante del crimen.
En la trama del asesinato de Javier Ardines se reúnen casi todas las pasiones humanas: el amor, el odio, los celos, el sexo, la ambición… Material de primera, tal y como demuestra la historia de la literatura, que ha dado obras maestras compuestas por estos ingredientes. Pero esto es la realidad. Reales fueron los nervios de Nieva cuando escuchó desde el banquillo las voces de su mujer y de Ardines en la grabación que certificaba la infidelidad de Katia y que le hicieron removerse del asiento; real fue la rabia de Benatia, uno de los presuntos sicarios, cuando no pudo reprimir los insultos al oficial de la UCO que logró sacarle una declaración inculpatoria tras su detención; real fue la media sonrisa de Kelli, otro de los presuntos autores, cuando escuchó su voz y la de su mujer en una llamada grabada por la Guardia Civil; real es la cara de no saber muy bien qué hago aquí que tiene Muguruza desde el inicio de las sesiones; y real es el dolor que acumulaba en su menudo cuerpo Nuria, la mujer de Ardines, cuando entró a declarar en la sala para contestar si su marido se duchaba a diario.