Se llamaba Juana Canal Luque y su vida no debió ser fácil. Fue madre de dos hijos, Sergio y Óscar, y durante sus treinta y ocho años de existencia sobrevivió a unas cuantas adicciones. En febrero de 2003 desapareció sin dejar rastro. No se llevó ni el tabaco, la única compañía de la que jamás se separaba. Su hijo Sergio regresó a casa y no la encontró. Lo único que halló fue una nota manuscrita por la pareja de Juana, Jesús, en la que trataba de explicar la ausencia de la mujer: "Tu madre y yo hemos tenido una fuerte discusión y ha salido corriendo. He salido en su busca, pero no la he encontrado".
La nota es hoy como una pistola humeante en manos del asesino. En 2019, un excursionista encontró en un paraje de Ávila restos óseos que el ADN dijo que eran de Juana Canal. Los huesos estaban en la zona de Navalacruz y Navarredondilla, una comarca frecuentada por Jesús, la pareja de la desaparecida, según ha quedado reflejado en sus redes sociales en estos últimos años.
El hallazgo de los huesos puso en marcha una maquinaria que no se había activado hasta entonces: nadie buscó a Juana, pese a que su familia presentó una denuncia en la comisaría de Ciudad Lineal. En 2003 no existían los protocolos de hoy en día y Juana pasó a formar parte de una estadística sombría y de la que se comenzó a hablar muchos años después: los desaparecidos sin causa aparente.
Juana es hoy una mujer asesinada, previsiblemente una víctima de la violencia de género. Mientras escribo estas líneas, una fuerza conjunta de Policía Nacional y Guardia Civil busca en Ávila más pruebas y más restos. Hace unos días, la casa que compartían Juana y su pareja fue inspeccionada minuciosamente. La investigación va a continuar hasta poder construir un relato de lo ocurrido y para acabar con la impunidad de un asesino que lleva veinte años disfrutando de una libertad que no le corresponde. Lástima que su hijo Sergio no pueda verlo –murió hace diez años–. Y lástima que la única imagen de Juana sea la vieja foto del cartel de SOS Desaparecidos, una instantánea que parece aún más vieja de los veinte años que tiene. Lástima que no desapareciese en la era de Tik Tok, que no dejase imágenes virales y que su familia no comparezca a diario en los medios, porque su crimen sólo parece interesarle a las fuerzas de seguridad y a los suyos. Hasta para ser asesinada hay que tener cierta fortuna.