Habrá revisado los hechos en su mente una y mil veces. Habrá vuelto en su duermevela a esos segundos que han cambiado su vida para siempre. Habrá recordado la última conversación con su binomio y los instantes previos a bajarse del zeta. Se le habrá aparecido el rostro del agresor enarbolando el martillo y el cuchillo y habrá oído el disparo que acabó con la vida de su compañero. Y no dejará de hacerlo en mucho tiempo, probablemente durante el resto de su vida. Lo ocurrido el pasado domingo, 11 de junio, en Andújar(Jaén) ha dejado dos muertos y un policía herido y al que acompañará siempre una mochila cargada de dolor y remordimiento.
Me resulta imposible ponerme en su lugar porque nunca me he calzado sus botas, nunca he estado en una situación ni remotamente parecida y nunca he tenido que cargar con un peso tan enorme. En la era de la transparencia todos hemos podido ver la actuación y hasta muchos se creen legitimados para juzgarla y hablar de táser, proporcionalidad y otras zarandajas. Desde la comodidad de sus hogares o sus lugares de trabajo y desde la impunidad de las redes sociales hay quienes cuestionan la cantidad de balas que hicieron falta para llevarse por delante al agresor –"le dispara cuando está huyendo"– o que efectuase el disparo que mató a su compañero –"con una táser se le habría reducido"– y hasta algún ignorante con ínfulas que lo más cerca que ha visto a un policía es cuando se ha renovado el DNI se atreve a decir que "es evidente que a distancias cortas una pistola no evita una agresión con arma blanca".
De la actuación de Andújar hay mucho que aprender y confío en que así sea. La primera lección que hay que sacar es que los policías deben ser conscientes de que el Estado les ha otorgado a ellos el uso de la fuerza y deben emplearla sin complejos, sin dudas y sin vacilaciones. Hemos creado una sociedad que desautoriza a médicos, profesores y fuerzas de seguridad. Un mundo en el que todos creen tener derechos absolutos y en el que el principio de autoridad no son más que tres palabras vacías de contenido. Y las calles están llenas de peligros y de hijos de puta a los que no se reduce con tuits o con discursos sobre la proporcionalidad, sino a balazos cuando sea necesario. La duda en la calle mata. Y en Andújar lo hemos comprobado. No soy quién para juzgar la actuación del policía que cargará toda su vida con la muerte de su binomio. Pero ojalá hoy estuviera escribiendo de un tipo abatido a tiros por dos agentes que hicieron su trabajo. Ojalá hoy Juan José Lara pudiera leerme. Un abrazo a su familia y otro a su compañero.