El paradigma de la locura. Así definieron los psiquiatras a Francisco García Escalero, el matamendigos –eran otros tiempos, en los que a cada cosa se le ponía su nombre–. Autor de, al menos, once asesinatos durante los primeros años 90 del siglo pasado, sus víctimas eran, como él, hombres y mujeres que vivían en la calle, subsistiendo gracias a las limosnas y que también compartían cartones de vino con él. Hasta que llegaban las voces. La esquizofrenia paranoide de García Escalero se hacía verbo en la cabeza del asesino. Un verbo que le pedía que matase a quien estuviese a su lado en ese momento. Una piedra, un ladrillo, una barra… Cualquier cosa le valía a Francisco para asesinar y convertido también así en un paradigma del asesino desorganizado, del que actúa sin planificación, improvisando y, generalmente, durante un brote psicótico.
Un golpe de suerte y una minuciosa investigación de la Sección de Homicidios de la Brigada de Policía Judicial de Madrid, dirigida por Esmeraldo Rapino, acabó con el rastro de sangre que dejó García Escalero, un tipo obsesionado con la muerte desde niño –se crió en una infravivienda junto al cementerio de la Almudena–. Su locura quedó acreditada en el juicio, celebrado en 1996, y la Audiencia Provincial le eximió de los crímenes por su enfermedad mental, pero le condenó a pasar treinta años en un establecimiento psiquiátrico penitenciario. El matamendigos murió allí, en Fontcalent, en 2014, convertido en ese paradigma de la locura, del que sacó partido hasta Jesús Quintero, quien le hizo una entrevista delirante, en el más estricto sentido de la palabra.
La semana pasada, una rápida y exitosa investigación de los Mossos culminó con la detención de Thiago, un brasileño de 35 años, minutos después de que cometiese su tercer crimen. Un mendigo al que reventó la cabeza. Era su tercera víctima, aunque se investiga su relación con otras dos muertes. Las cámaras de videovigilancia grabaron dos de sus asesinatos, lo que puso las cosas algo más fáciles a los Mossos de la DIC (División de Investigación Criminal), que desde el segundo de los homicidios tenían claro que estaban ante un asesino en serie. Un dispositivo de vigilancia en el Eixample –el barrio en el que actuaba–, el testimonio de unos ciudadanos que presenciaron la última agresión y el olfato de un agente hicieron posible el arresto de Thiago. En su destartalada caravana, los Mossos hallaron las ropas que vestía en algunas de sus acciones.
Aún es pronto para saber si el asesino del confinamiento es otro paradigma del asesino en serie, al estilo de García Escalero. A esta hora, los Mossos están buscando posibles víctimas de Tiago en el resto de España y en otros países, porque es un criminal itinerante –fue arrestado por robo en Zaragoza–. De lo que no hay duda es de que al mal no le detienen los estados de alarma, ni las crisis económicas, ni las convocatorias de elecciones anticipadas. El mal siempre vuelve y alguien tendrá que contarlo.