La sala Tirant lo Blanch de la Ciudad de la Justicia de Valencia alberga desde la semana pasada el juicio contra Salvador Rodrigo y María Jesús Moreno, Maje. Los dos se sientan en el banquillo acusados del asesinato del ingeniero Antonio Navarro, que murió acuchillado el 16 de agosto de 2017 en el garaje de su casa. Salvador es el autor material y, según el fiscal, la acusación particular y la defensa del hombre, Maje es la inductora del crimen y colaboró activamente en su perpetración. La muerte de Antonio Navarro es lo que se juzga en esta vista con jurado. Las cinco mujeres y los cinco hombres que lo componen sólo tendrán que decidir sobre el grado de participación de uno y de otro en el asesinato de Navarro. No se juzga la vida personal de Maje, cuyos cuatro amantes declararán como testigos. La moral no es cosa de los tribunales.
El abogado Javier Boix, defensor de Maje, sabe que está sólo contra todas las partes. Si la letrada de Salva convence al jurado de que los encantos de la mujer doblegaron la voluntad del hombre hasta el punto de hacerle cometer un crimen, está perdido. Y eso es lo que va a intentar, vista la última confesión de Salva, hecha a petición propia ante el juez de instrucción.
Llevamos tres años conociendo la vida amorosa de Maje. El sumario judicial da buena cuenta de sus hazañas sexuales y de cómo era capaz de solapar relaciones con una soltura pasmosa. Así que su llegada a la sala el primer día de juicio estuvo rodeada de una expectación trufada de cierto morbo. Pero quien entró en la sala no era Genne Tierney, ni Lana Turner, ni Rita Hayworth. Era una mujer normal, una cumplidora profesional de la enfermería, que se ve en el banquillo tras encadenar una serie de malas decisiones. Y es que al mal estamos todos expuestos en mayor o menor medida. Casi siempre es una elección.