Ahora que corren tiempos donde las humanidades se desprecian y la historia parece cosa de ancianos es muy bueno echar la vista atrás. No hay que ir demasiado lejos, apenas un par de décadas, porque la historia es algo vivo, que se construye cada instante y que deja lecciones de las que más vale aprender.
Hace unos días,un policía francés mató a tiros a un jovende origen argelino llamado Nahuel. Tenía diecisiete años, unas cuantas detenciones en su haber y tomó una nefasta decisión: intentar huir de un control, lo que le costó la vida. No tengo datos suficientes para juzgar la actuación del agente, que ha desencadenado un incendio queestá asolando varias ciudades francesas. Miles de jóvenes asaltan comercios, queman las calles y agreden a policías en nombre de Nahuel, cuando la realidad es que les importa una breva el chico muerto, que es solo una excusa para dar rienda suelta a su frustración y a su ira. El terreno estaba abonado hace tiempo, porque las autoridades galas han permitido la existencia de no go zones, barrios enteros donde la Policía no entra y los pequeños y grandes hampones, los que ahora se relamen con los disturbios, han erigido sus reinos de taifas.
Las interpretaciones buenistas y buenrollistas hablan de los problemas de la juventud, de inadaptación y de racismo estructural. No soy sociólogo ni politólogo, así que esos análisis se los dejo a los que saben. Yo solo soy un reportero que observa y estudia la historia y por eso sé que cualquier movimiento radical busca un chispazo para montar un incendio. En 2001, los activistas antiglobalización lo encontraron en Carlo Giuliani, un joven de veintitrés años que murió por disparos de la Policía durante las protestas que rodearon la cumbre del G8 en Génova. Italia apagó a tiempo el incendio, porque allí venían de décadas de lucha contra la violencia política de extrema derecha e izquierda que dejó un reguero de muertos en los años de plomo.
Unos años más tarde, en 2010, un vendedor ambulante llamado Mohamed Bouazizi se quemó a lo bonzo en Túnez cuando la Policía le intervino su mercancía. Su muerte dio lugar a una serie de protestas que se extendieron por la región y desencadenaron la Primavera Árabe, que acabó con tres sátrapas: el egipcio Hosni Mubarak, el tunecino Ben Ali y el libio Gadafi.
Cualquier movimiento radical busca su Nahuel, su Mohamed o su Carlo. Un mártir siempre hace que una causa parezca más justa. Pero no se engañen: ninguno de los que anda estos días quemando ciudades francesas tiene el más mínimo interés por Nahuel o su familia. Solo son delincuentes disfrazados de activistas