El comisario se va a jubilar en el último trimestre de este año. Con el inicio de 2020 ha comenzado una cuenta atrás que acaba en unos meses y a la que siempre acompaña la melancolía por todo lo vivido en casi cuarenta años dedicados a la investigación –primero en drogas, ahora en delitos contra las personas– y un anhelo: encontrar a Sonia Iglesias antes de colgar la placa, abandonar su despacho y dejar atrás tantas operaciones culminadas y una sin finalizar, la operación Baute, abierta hace casi diez años, cuando Sonia Iglesias desapareció en Pontevedra.

El 18 de agosto de 2010, a Sonia, de 37 años, madre de un niño, se la tragó la tierra. Oficialmente, un zapatero fue la última persona que la vio. Pero la Policía y su familia están convencidos de que Julio Araújo, su pareja, de la que pensaba separarse, fue quien hizo desaparecer a la mujer, dependienta de una tienda del centro de Pontevedra. En estos diez años, Julio ha sido interrogado varias veces formal e informalmente, ha estado imputado durante dos años, pero nunca ha dado una explicación coherente sobre lo ocurrido esa mañana de agosto de 2010. Fue él quien llevó a Sonia al zapatero y desde ese instante se abre una franja de algo menos de una hora en la que la Policía cree que se deshizo de la mujer. Cuando los agentes le han preguntado por esos 55 minutos, los que median entre que el zapatero vio a Sonia y una llamada que él contestó en el teléfono fijo de su domicilio, Araújo, lejos de amedrentarse por la falta de coartada, ha espetado a los policías: "Son ustedes los que tienen que demostrar qué he hecho en esa hora".

El comisario es el cuarto jefe de brigada de la UDEV Central que se encarga de la operación Baute, que llega a obsesionarle y se ha convertido para él en una cuestión personal: "No se va a quedar nada sin investigar, ni un solo fleco, ni un solo lugar en le que pueda estar Sonia sin comprobar". En 2018, sus hombres y mujeres registraron una casa y un panteón de la familia Araújo y esta misma semana la Policía ha buscado en un pozo cercano a la finca familiar. Sin resultados. Ni rastro de Sonia. Es una carrera contra el reloj que marca el tumor que amenaza con matar a Araújo –que ha estado hospitalizado varias veces– y librarle así de su responsabilidad en la desaparición de Sonia.

En uno de los dos grupos de Homicidios de la UDEV Central, se acumulan las carpetas de papel y digitales de la operación Baute. Miles de folios y decenas de gigas que son la plasmación de un trabajo de diez años que nunca ha cesado. En esta década, el hijo de Sonia se ha hecho mayor de edad, la UDEV Central ha esclarecido decenas de crímenes, pero la operación Baute nunca ha caído en el rincón de los crímenes sin resolver. A ella han vuelto una y otra vez. Un subinspector del grupo personaliza la paciencia de la Policía. Está en el caso desde el primer día y es quien sigue hablando periódicamente con Mari Carmen, la hermana de Sonia, recordándole que el caso no va a caer en el olvido, que seguirán buscando a Sonia. Al comisario le quedan nueve meses al frente de la operación Baute: "No me quiero ir sin reparar a esa familia. Se lo merecen".