Otra vez el este de Europa. Otra vez un agresor de una superioridad militar insultante y unos agredidos con un valor y un coraje que ni ellos mismos sabían que tenían. Otra vez hombres muy jóvenes, casi niños, empuñando armas que han aprendido a manejar cuando su tierra ya ardía. Otra vez mujeres y niños en interminables caravanas de coches, en trenes atestados con un inquietante parecido a los de la Segunda Guerra Mundial, o a pie, huyendo del horror provocado por un megalómano enfermo de nacionalismo que justifica su matonismo con agravios enraizados en su propia visión de la historia. Otra vez civiles cargando con maletas en las que han tenido que sintetizar sus vidas. Otra vez la guerra en Europa.

Hace treinta años fueron los serbobosnios, empleando la poderosa maquinaria procedente del ejército federal yugoslavo, los que agredieron a Bosnia-Herzegovina, un país defendido por una modesta milicia, la Armija. Slodoban Milosevic arguyó entonces que tenía que defender a los serbios de Bosnia como hoy Vladimir Putin habla del genocidio que los rusos sufren en regiones como Donbas. Mentiras para justificar sus tropelías. Hace treinta años, Sarajevo fue la capital mundial de la infamia y del dolor. Hoy lo es Kiev. Entonces, los bosnios combatían a un enemigo invisible que masacraba la ciudad desde las colinas con bombardeos diarios. Hoy, los ucranios intentan expulsar de su país a los soldados rusos de uno en uno.

Hace treinta años pude ver en persona miradas que nunca he vuelto a ver. Esas miradas que mezclan la estupefacción, el miedo y, sobre todo, que preguntan por qué. Miradas que le recuerdan al reportero que él está allí trabajando, que le pagan por ir a ese rincón del mundo y, sobre todo, que volverá a su casa cuando quiera. Aquellas miradas que vi en Bosnia me decían a gritos que ellos tendrían que quedarse allí o tratar de huir para sobrevivir o para reconstruir sus vidas. He vuelto a ver esas miradas estos días en los ojos de los ucranios que llegan a Polonia, el país con la existencia más trágica de la historia, convertido hoy en la tabla de salvación de cientos de miles de inocentes.

Sobre estas líneas, acreditación a nombre del autor emitida por UNPROFOR en diciembre de 1992.

No sé nada de derecho internacional, ni de geopolítica, ni de geoestrategia. Sólo soy un reportero al que los libros le han enseñado historia y hace treinta años pude ver, palpar, escuchar y oler las consecuencias de los actos de criminales de guerra como Milosevic, Mladic y los suyos. Confío en que Putin tenga el mismo final que ellos y que Europa y el mundo no consientan lo que consintieron hace treinta años.