El comisario de Pozuelo de Alarcón (Madrid) llegó a su puesto en enero, recién ascendido. Apenas dos meses después, el estado de alarma le enfrentó a una situación desconocida para él y para cualquier otro mando policial. El comisario repetía la misma consigna cada mañana a los policías que iban a salir a la calle: "Miren en la gente más allá de lo que ven, piensen en sus problemas. Hagamos cumplir la ley, pero seamos empáticos".
Una mañana de abril, dos policías de la comisaría de Pozuelo se encontraron con un hombre que empujaba una silla de ruedas en la que iba Sergio, un niño de once años afectado por el síndrome de Dravet, una enfermedad que provoca déficit cognitivo y crisis epilépticas descontroladas. Julián, el padre del niño, ya se había cruzado otras veces con patrullas de la Policía Nacional o Local, que le recomendaban que pasease por lugares poco frecuentados, para esquivar así a los vecinos convertidos en patrulleros de los balcones. Al ver a los agentes, Julián fue a echar mano del bolso en el que llevaba los papeles que dan fe de la enfermedad de su hijo.
–No se preocupe –le dijeron los policías–. ¿Está bien? ¿Podemos hacer algo por usted o por el chaval? ¿Cómo se llama el chico? ¿Quiere que le pongamos las luces del coche?
Julián agradeció las atenciones de los agentes, mientras Sergio se despedía de ellos con la mano. Instantes después, el padre del crío se sentó, emocionado, con lágrimas en los ojos, y escribió un hilo en Twitter que hace realidad el deseo del comisario de contar con policías empáticos y que se convirtió en viral.
"Me vinieron a la cabeza todas las veces que tenía que salir con Sergio a escondidas y me emocioné al darme cuenta de que esos policías solo querían ayudarme. Me sentí protegido por ellos", cuenta Julián. Para Sergio, los paseos no son un capricho ni un desahogo, son una necesidad: "Él tiene sus rutinas y los paseos forman parte de ellas, son su válvula de descompresión. En los primeros días, cuando aún no habían autorizado las salidas de niños como él, me traía el abrigo, las llaves, las gafas… No habla y era su forma de pedirme que saliésemos. Si no sale, se vuelve muy agresivo".
Tras el encuentro de Julián y Sergio con los agentes y su repercusión, el comisario de Pozuelo quiso conocer a los protagonistas de la historia. Salió a pasear con ellos, hizo el mismo recorrido que padre e hijo hacen habitualmente, los escuchó y se confesó: "La historia de Sergio nos ha ayudado más a nosotros que a vosotros", le dijo el comisario.
Sergio y Julián siguen con sus paseos diarios y cada vez que se cruzan con un vehículo zeta, los agentes saludan al chico. En la comisaría ya no hay nadie que no conozca a Sergio y hasta algún policía ha dibujado un cómic para él.