Salvador Illa compareció por primera vez en la Comisión de Sanidad del Congreso de los Diputados el 8 de abril de 2020. España llevaba 25 días encerrada en casa. Ese día nuestro país acumulaba más de 14.000 muertos a causa del Coronavirus. Salvador Illa estaba ante el reto más importante de su carrera profesional y apenas llevaba 90 días como Ministro de Sanidad.
Ese día de abril en el que la primavera poco importaba, Illa apareció en el Congreso sin mascarilla. Impresiona ver hoy aquellas imágenes. Nadie en la sala se protegía salvo una estenotipista. Ella tecleaba con guantes azules de enfermera, sin descanso, para recoger cada una de las palabras del Ministro.
Salvador Illa pronunció tajante ese día: “no hay certezas de qué hay que hacer”. ¿Hay transmisión asintomática?- preguntaba de manera retórica- “no lo sabemos”, respondía él mismo. Arrojó más preguntas ante sus Señorías: ¿a partir del octavo día baja la transmisión?. Volvió a contestarse a sí mismo: “no lo sabemos”. Demasiadas preguntas sin respuestas en aquella época. Él fue el encargado de decírselo a los españoles. Compareció en sede parlamentaria cada semana durante el Estado de alarma. Desde marzo una veintena de veces. Él defiende que su máxima fue siempre decir la verdad, hablar con honestidad y no engañar a los ciudadanos. Se cansó de pedir unidad a todos los partidos políticos. Rogó “remar juntos” para superar el dichoso virus.
Poco a poco fue ganando seguidores, fuera y dentro del Congreso. Le salieron defensores entre algunos de sus rivales políticos, todavía adormecidos por la gravedad de la situación y con la salud como bandera. Nunca dejaron de criticarle algunas de sus decisiones y de sus errores pero, al mismo tiempo, le valoraban de manera generosa.
El 24 de junio terminaron sus comparecencias semanales, justo cuando asomaba el verano y terminaba el primer Estado de alarma. Se despedía con la esperanza de que no volviera a tenerse que decretar otra situación tan excepcional en nuestro país pero tampoco lo descartó: “no puedo decir que nunca más lo usaremos, no lo sé”, afirmó. Pedía prudencia, sabedor de que no era el fin de la epidemia. El Ministro de Sanidad se despidió ese día de sus Señorías con una actitud poco habitual en política. Reconociendo haber aprendido mucho de todos los diputados que habían participado en la Comisión y que tantas veces le habían interpelado. Dedicó palabras amables, incluso cariñosas, a todos los portavoces. Él también recibió alabanzas, hubo incluso risas y complicidades.
Pero todo cambió a la vuelta del verano, con la desescalada y con el acuerdo para que fueran las Comunidades Autónomas quienes gestionaran la pandemia en su territorio. Ahí empezó la verdadera batalla política. Todos subieron el tono. También Illa, quien empezó a bajar al barro, peleándose para sorpresa de todos y todas. Era un Illa desconocido hasta el momento. Ahora sabemos que fue en julio cuando Pedro Sánchez y Miquel Iceta decidieron que él sería el candidato de las próximas elecciones en Cataluña y quizá su nuevo rol, desconocido hasta entonces, tenía que ver con este cambio de planes. El nuevo Salvador Illa se materializó a finales de septiembre, cuando entró en el cuerpo a cuerpo con la Comunidad de Madrid, exigiendo a Isabel Díaz Ayuso que tomara medidas más drásticas para frenar la segunda ola que ya asolaba la región. Sanidad acabó decretando un Estado de alarma en Madrid y escuchamos a un Illa con el vaso de la tolerancia lleno: “Ayuso ha decidido no hacer nada. La paciencia tiene un límite”.
Después vinieron meses de tensión política y la relación entre el PSOE y el PP terminó por enconarse del todo. El anuncio a finales de diciembre de que él sería el candidato del PSC a las elecciones en Cataluña descolocó a todos, incluso al socio del Gobierno de coalición. Pero también a ERC, el partido que ayudó al Gobierno a sacar adelante los presupuestos y que vio en Illa un riesgo real de perder las elecciones.
El hombre tranquilo se marcha del Ministerio de Sanidad con toda la oposición en contra. Lejos quedan los halagos de unos y otros. Parece olvidado ya el Ministro filósofo, pedagógico, afable y de buen talante que ha luchado contra el virus. Ahora ya es el candidato con el que batirse el cobre. Es el político que puede hacer temblar a los independentistas. Se marcha escuchando las críticas de todo el arco parlamentario por no haber acudido a su última comparecencia en el Congreso antes de dejar su cargo. Una mayoría parlamentaria le ha pedido que comparezca para hablar de la tercera ola y de la conveniencia de que se celebren las elecciones catalanas, pero da igual, no lo hará. Todo decaerá en las próximas horas, cuando renuncie a su cartera de Ministro. Será su predecesora quien tenga que dar la cara. Desde Unidas Podemos dicen que “se va por la puerta de atrás”.
Incluso diputados del PSC confiaban en que se despidiera de los diputados en un último control parlamentario como Ministro. Pero no, la comparecencia del 10 de diciembre fue la última. 379 días luchando contra el Coronavirus hacen mella en cualquiera. También en Salvador Illa. Porque no es lo mismo ser el Ministro que lucha contra una pandemia mundial que el candidato que quiere quitar el mando al independentismo. Lo primero te humaniza. Lo segundo te criminaliza. Es la política, amigo.