El avance de la extrema derecha por Europa tiene su origen en la recesión económica que los noticieros tratan de disimular. Si saliese a relucir la ruina económica que nos subyuga, habría que tirar del hilo de la guerra; palabras mayores, verbos que se conjugan con las siglas de la OTAN. En fin.
Si a esto sumamos que aquí, en nuestro país, la extrema derecha lleva arraigada desde que pasaron los malos, no deberíamos extrañarnos ante el repuntar del fascismo de botijo que llevamos sufriendo en los últimos tiempos. Tenemos una larga tradición. Recuerdo bien el año 81, el Golpe de Tejero y la pantomima institucional. De igual forma también recuerdo lo que sucedió tres meses después, el 23 de mayo, cuando en Barcelona unos quinquis asaltaron el Banco Central y amenazaron con volar el edificio por los aires si no liberaban a los guardias civiles implicados en el Golpe de Estado garbancero.
Fueron dos días intensos, atropellados de noticias contradictorias, sobresaltos y especulaciones. En un principio se pensó que los asaltantes pertenecían a la Guardia Civil, algo que no andaba muy descabellado. Unos días después del asalto al Banco Central, en la revista alemana 'Der Spiegel', en una entrevista a Juan José Rosón -entonces ministro del Interior-, el periodista alemán señalaba que, si era tan fácil hacer creer que miembros de la Guardia Civil participaban en actos de este calibre, eso era debido a las conexiones de la ultraderecha con el entorno policial y militar español.
Todo esto lo cuenta muy bien la periodista Mar Padilla en su libro 'Asalto al Banco Central' (Libros del K.O); un trabajo que no deja cabos sueltos y que nos devuelve hasta aquellos años en los que el ruido de sables dominaba la escena de una democracia que había nacido con dolores de parto.
La versión oficial de lo ocurrido en Barcelona el 23 de mayo fue tan poco creíble como que se debió a una chaladura de unos delincuentes comunes. Lo que Mar Padilla desvela son las relaciones del cabecilla de la banda con los grupos de extrema derecha. Era un viejo conocido de la policía, ejercía de chivato, y anduvo infiltrado en grupos anarquistas catalanes. En fin, toda una joya de persona.
Qué quieren que les diga. Asisto perplejo a la lectura de esta crónica y saco conclusiones que me traen hasta aquí; la primera de ellas es la falta de cultura de raíz política de nuestro país, cuyas clases más desfavorecidas aclaman el orden facha; es lo que tiene el lumpen. Por eso mismo también el lumpen es caldo de cultivo para la policía; la clase social de donde extrae a sus confidentes.
La lectura del libro de Mar Padilla me devuelve hasta aquellos días en los que la democracia estaba recién estrenada y palabras como consenso, asamblea o estatuto se empleaban como cosa nueva mientras buscábamos la pega al papelillo de nuestros primeros porros. Poco o nada ha cambiado desde entonces; la esencia sigue siendo la misma. Franco murió en la cama, de puro viejo, y la única transformación sufrida ha sido semejante a una operación estética. Es lo que ocurre siempre que el capital cambia de manos.
El Banco Central de Barcelona ahora es una tienda Primark, una franquicia de trapitos que contrata mano de obra en condiciones esclavistas. Y el partido político Fuerza Nueva ahora se llama Vox, pues aquí siempre ha hecho falta un partido que represente al lumpen, es decir, a desfavorecidos y parados sin conciencia de clase; carne de cañón para las fuerzas de represión directa. Por lo demás, la realidad sigue avanzando a sobresaltos y aquí todos tan contentos.