El 12 de agosto del 2022, el escritor Salman Rushdie sufrió una agresión que estuvo a punto de costarle la vida. Más de una docena de cuchilladas, quince, para ser exactos, tuvieron a Salman pendiente de un hilo.

Es curioso, pero sus amigos Martin Amis y Paul Auster, que condenaron la agresión a viva voz, han muerto en poco menos de un año y Rushdie, que tenía todas las cruces para no salir de la carnicería, sigue vivo. Tuerto pero entero. Tal vez fuese por la torpeza de su agresor o por su ángel custodio; quién sabe. Pero lo cierto es que Rushdie nació de nuevo. Algo así viene a contarnos en su libro testimonial de reciente aparición titulado Cuchillo (Random House).

Dice que vio a su agresor, acercándose a cámara lenta y que, noches antes, había tenido un sueño premonitorio. También cuenta cómo los sedantes, la morfina y toda la medicación del tiempo ingresado, le dejaron con síndrome de abstinencia y cómo lo superó junto a la recuperación de los tendones de una de sus manos, también dañada en el ataque.

Tras la lectura de este libro de Rushdie, me llama la atención que todavía no haya quedado clara la definición de terrorismo, pues, según nos indica el mismo Rushdie, el FBI especuló acerca de considerar el ataque a cuchillo como acto terrorista. Parece mentira que aún no se haya definido bien el asunto, pues terrorismo es violencia indiscriminada contra la población civil y no un ataque con un objetivo definido como lo pueda ser el escritor Salman Rushdie. Sin ir más lejos, terrorismo es lo que está haciendo Israel en Gaza, masacrando a civiles, de la misma manera que terrorismo fue el meneo a las Torres Gemelas o a Hiroshima y Nagasaki con las bombas atómicas, o Hipercor Barcelona, o Gernika, cuando la Legión Condor alemana y la aviación italiana se pusieron de acuerdo para realizar un ataque aéreo indiscriminado contra la población civil. Por lo dicho, el ataque cuchillero a Rushdie no es un acto terrorista. Considerarlo así resultaría un error que beneficiaría a los de siempre, es decir a los verdaderos terroristas.

Retomando el libro de Rushdie, podemos apuntar que el amor late en cada una de sus páginas; no hay momento en el que no aparezca su mujer, su compañera, la poeta Rachel Eliza Griffiths que sufrió junto a él los momentos más duros. También aparece un retrato tierno de Andrew Wylie, su agente y hombre de confianza, a punto de la lloradera cuando fue a visitar a Salman al hospital. La conclusión a la que llegamos tras leer este libro es que el lenguaje también puede ser un cuchillo que puede cortar el mundo en dos mitades.

Con ello, el lenguaje se convierte en el cuchillo de Salman, un arma afilada para seguir recuperando su propio mundo, el mismo mundo que creyó perder un 12 de agosto del 2022. Una lectura que ayuda a la reflexión para estos tiempos de odio y metralla donde se denomina terrorismo a cualquier asunto y se evita señalar como tal el verdadero terrorismo: la violencia contra la población civil.