En la actualidad, el término "pijo" dispone de más significados que hace unos años, cuando Los Hombres G dedicaron una canción al tipo que le levantó la novia a uno de ellos, o sea, un niño pijo con un Ford Fiesta blanco y un jersey amarillo. A partir del término "pijo", la periodista Raquel Peláez pega un repaso sociológico a las clases privilegiadas. El resultado es un libro titulado Quiero y no puedo (Blackie).

Para ello, Peláez sigue el modelo del trabajo que Thorstein Veblen realizó en su día (1899) y que tituló Teoría de la clase ociosa (Alianza), un ensayo crítico donde el economista norteamericano señala que la fuerza impulsora del sistema capitalista no es otra que la emulación pecuniaria, es decir, la exhibición de riqueza por parte de las clases más desfavorecidas con el fin de ganar estatus social. Por seguir con otro de los términos que se barajan en el libro de Raquel Pelaéz, vamos a hacer mención a uno muy feo y muy racista, ya que el racismo es una cuestión económica, de ahí que a un moro con dinero se le denomine árabe.

El término, en cuestión, no es otro que "aporofobia", que viene a significar "fobia a las personas pobres o desfavorecidas", algo que no sólo se da en las clases privilegiadas, sino en las mismas clases desfavorecidas. La competencia que se da entre pobres por ver quién se gasta mejor peluco es algo que viene de lejos. Sé de lo que hablo. Yo mismo he sufrido en mis carnes ese racismo por parte de vecinos, por parte de gente con la misma condición social que la mía. Es lo que tiene el haber perdido la conciencia de clase, es lo que trae la falta de raíz de cultura política. Porque el cultivo de la conciencia de clase es tan necesario entre las clases desfavorecidas que, si no se mantiene, la lucha de clases está perdida. Por eso la ganan los de siempre.

Es lo que viene sucediendo desde los tiempos en que banqueros como los Fugger condicionaban los movimientos bélicos de Carlos I de España y V del Sacro Imperio Romano Germánico; hablamos del siglo XVI, cuando Europa se acababa de abrir al Atlántico y el árabe quedó convertido en moro, poco menos que un despojo al que ya no había que temer. Y por seguir con sangre de reyes, hay un capítulo destacable en el libro de Raquel Peláez. Se trata del capítulo dedicado al monarca pijillo por antonomasia; me refiero a Alfonso XIII, bisabuelo de nuestro actual jefe de Estado y el paradigma de lo que hoy se viene a llamar Cayetano, un término insultante, por el momento, como también lo fue en su momento el término pijo y que los mismos pijos dieron la vuelta por aquello de "mejor ser un pijo que un matao".

En definitiva, con este libro dedicado al mundo pijo tenemos un trabajo muy gamberro y muy crítico que nos alerta acerca del peligro que supone no admitir carencias, no admitir que no tenemos dinero cuando, en realidad, es la puñetera verdad. Ser pobre no es vergonzoso, esa es la conclusión.

Aquí lo vergonzoso es ser rico, pues no hay gran fortuna que no esté apuntalada por el crimen social. Y más vergonzoso aún es ser pobre; querer ser pijo y no poder. Pocas veces el título de un libro ha estado tan acertado.