Truman Capote acabó convertido en su propio cadáver antes de morir. En estos días leo su biografía editada en castellano por Libros del Kultrum; una colección de voces recogidas por el cronista George Plimpton. Un trabajo colosal, variado y muy ameno para todas aquellas personas que gusten de la anécdota.
Hay una parte del libro que resulta significativa, sobre todo en estos días, cuando los representantes políticos juegan al pío pío que yo no he sido tras la catástrofe de Valencia. Se trata del capítulo dedicado a la preparación de A sangre fría, el libro que dio fama a Capote; una crónica negra que vio la luz en 1966 y donde Capote inventa un nuevo género: la novela de no ficción. Para quien no lo sepa, Capote cuenta el asesinato de una familia de un pueblo. La reconstrucción del crimen la hizo al detalle, así como la huida de los asesinos y su posterior captura y condena a muerte.
En el citado capítulo, Capote no sale bien parado; los dimes y diretes de algunas voces apuntan al entusiasmo que manifestó el autor cuando se enteró de que iban a ahorcar a los asesinos. "Capote consiguió dos millones y sus héroes una soga", escribió en una carta el famoso compositor -y también escritor- Ned Rorem. La carta fue publicada en el Saturday Review of Literature y en la misma se acusa a Capote de salir favorecido de los ahorcamientos. Otra de las voces, la de la escritora Kathleen Tynan, asegura que una buena parte de responsabilidad en el ahorcamiento la tuvo Capote ya que "ha hecho menos de lo que podría haber hecho para salvarlos". Porque -según Ken- cuando las vidas se ven amenazadas y la gente que puede hacer algo se niega a actuar, entonces "está traicionando a su especie".
Y esto último es lo que ha pasado, que los mandas que nos han tocado en suerte electoral han traicionado nuestra especie. Y de aquellos polvos, estos lodos, pues, ante un Estado raquítico, consumido por el Capital, el pueblo no sólo depende de la caridad del voluntariado, sino también -y esto es lo peor- de todos aquellos capitalistas que se aprovechan de la situación; a la vez que se sacuden las pulgas, se dan propaganda. La cosa pinta fea; tanto es así, que la derecha, en su dimensión más extrema, se ha hecho con la calle, usurpando un espacio que no le pertenece.
Ya puestos, incluso, en su discurso, hay cierto aire machadiano: "Sólo el pueblo salva al pueblo", dicen. Pero claro, en esto, como en todo, hay un matiz, pues, cuando Antonio Machado hablaba de que en España lo mejor es el pueblo, se refería a una parte del pueblo, y no precisamente a esa otra parte que confunde valentía con bravuconadas de cantina militar, siempre más cercana a la cobardía de los matones de patio de colegio que al verdadero valor.
Con todo, hemos vivido el despropósito que supone que la burocracia vaya por delante de la humanidad, lo que hace que los responsables de esta catástrofe despidan cierto hedor a cadáver político.