Pertenezco a una generación que se sintió estafada un maldito sábado de hace ya algunos años, cuando, en vez de Mazinger Z, en su lugar, y sin previo aviso, apareció un tal Orzowei. Tal vez, por eso, nuestra tendencia a la negatividad esté más que justificada.
Estas cosas vienen a cuento porque el otro día, leyendo una novela de Montalbano, el comisario mediterráneo creado por Camilleri, me encontré con una conversación que me llamó la atención. En el diálogo, el jefe superior comentaba a Montalbano que se sentía viejo y cansado con necesidad de jubilarse. El argumento que utilizaba era que al juego de las apuestas sobre los resultados de fútbol lo denominaba "Sisal", y no "Totocalcio" como todo el mundo.
El jefe superior se lamentaba ante Montalbano por utilizar un término de hace treinta años. Para consolidar sus argumentos ponía de ejemplo al periodista Indro Montanelli, cuando un joven compañero lo acusó de andar desfasado por seguir llamando Sisal a las apuestas deportivas. Para el jefe superior, igual que para el joven periodista, tal asunto significaba seguir aferrado inconscientemente al pasado.
Con todo, si de algo peca mi generación no es de tales cosas. Para nada. Lo de "aferrarse al pasado" es atributo común de la generación que me precede. Una generación que, de haber vivido en Italia bien se hubiese podido denominar "Generación Sisal". En el campo de la literatura, sin ir más lejos, sus integrantes destacan por la cobardía, el acomodo burgués y la pereza epistemológica que los lleva a repetir patrones que funcionan, sin arriesgarse un poquito a retorcer las estructuras de la narrativa que es como decir las estructuras de la vida. Y siguen ahí, como privilegiados narradores y excelentes intelectuales que si destacan por algo es por su mediocridad.
Por lo demás, mi generación se ha visto taponada entre la generación precedente y la venidera, una generación, esta última que, de haber vivido en Italia, la podríamos haber bautizado como "Generación Totocalcio". Sus integrantes llegaron arrollando hace veinte años cuando el grito del "No a la Guerra" sonó en todas sus gargantas convertidas en una. Luego vino el 15M y su estímulo demostró que sí, que sí era posible conquistar la lejanía. Una generación que supo tomar la calle y que, al contrario de la mía, lo hizo llevada por la política. La mía ya tuvo bastante desencanto con Orzowei, y se fue hundiendo en los paraísos artificiales que nos seducían en cada esquina. Espejismos de aguja y camellos con sonrisa postiza. "Eh, chaval, que mira que tengo un material rompedor... ¿Te hace?".
Por eso, la mayor parte de mi generación está reposando en los cementerios, mientras que la generación venidera, la del 15M, ha conseguido ser devorada por el propio sistema contra el que luchaba. Ahora son cadáveres que van ocupando espacio político en las instituciones. Bien mirado, ambas generaciones han acabado igual de muertas. Porque los finales se repiten a través del tiempo. Unos en un nicho y otros con cargos públicos. Porca miseria.
Pero ahora dejo por un rato estos pensamientos y sigo leyendo a Andrea Camilleri en un volumen que recopila los primeros casos del comisario Montalbano y que viene editado por Salamandra. Para un tipo como yo, que sólo tiene fe en el escepticismo, no se me ocurre otro final más apropiado.