Considero a David Mamet como uno de los grandes dramaturgos de la historia. Sus libretos me atornillan a la butaca del teatro y lo mismo cabe decir de sus guiones cinematográficos. Películas como Hoffa, Hannibal o Los Intocables dan buena cuenta de ello, así como las que él mismo dirige; títulos como Casa de juegos, Homicidio o, su gran obra, Las cosas cambian; un trabajo perfecto que nunca me canso de revisar cuando estudio estructura de guion y despiezo la carpintería del montaje. Porque para mí, Mamet es un maestro, un gran contador de historias que siempre me ha sorprendido.

Acabo de leer su último libro publicado en castellano, una recopilación de piezas que viene con el título Himno de retirada (Deusto) -gracias, María- y qué quieren que les diga, hay de todo, incluidos guiños descarados al libre mercado en su manera más abyecta, es decir, en la forma postulada por Milton Friedman, a quien cita junto a Hayek, Stuart Mill y cómo no, junto a Donald Trump, por el que Mamet no esconde sus simpatías. Para qué.

A mí me da que sus críticas a lo "woke" dejan de ser acertadas desde el momento en que Mamet no apunta a la raíz de esta corriente cosmética que nos invade. Pues Mamet debería saber que lo "woke" no es otra puñetera cosa que una tendencia progresista del capitalismo de toda la vida, un capitalismo que con maquillaje de buen rollo, se dinamiza a sí mismo. Es el mismo sistema que nos viene subyugando con ayuda de la actividad bancaria desde hace más de quinientos años. Pero Mamet anda un poco perdido en esto, llegando a confundir a Proudhon con Marx cuando habla de la propiedad como robo, lo que manifiesta que no ha leído a ninguno de ellos.

Sin embargo, el libro me ha gustado. Entre otras cosas, leo para poder cambiar de opinión, pues soy persona que camina con la mochila cargada de dudas. Incluso, en este libro, hay cosas con las que uno anda de acuerdo, sobre todo cuando se trata de criticar este neolenguaje cargado de eufemismos y de significados contrarios. Un ejemplo lo expone Mamet de manera clara al señalar el juego juvenil de la cuerda, el de toda la vida de tira y afloja con dos equipos enfrentados; una competición que ha pasado a llamarse "cuerda de la paz" cuando, en realidad, se trata de un juego de guerra. Como sabemos, el triunfo siempre lo conseguirá el equipo más fuerte y la guerra no es otra cosa que una demostración de fuerza.

Y esto del cambio de significado en la expresión discursiva me vale aquí para señalar a Pedro Sánchez quien, tras rendirse ante las presiones de la OTAN y la Unión Europea -sus jefes- ha anunciado que el país alcanzará una inversión en defensa equivalente al 2% del PIB. Cacharritos, drones kamikazes, esas cosas que a nuestro presidente del Gobierno no le gusta llamar por su nombre "en absoluto", dice él, pues el término "rearme" no le mola y por eso va y utiliza un giro expresivo del neolenguaje.

En esas estamos, en buscar el antónimo adecuado para denominar las cosas desagradables y a la guerra llamarla paz y al atraso presupuestario de gastar el dinero en cacharritos bélicos llamarlo "salto tecnológico". Trump lo aplaude, sin duda. Y David Mamet tendría que darse cuenta de estas cosas, quiero decir, darse cuenta de que el problema aquí no reside en que manden unos o manden los otros; no, el problema aquí es que "manden".