A todo cerdo le llega su San Martín y a todo Titanic su iceberg. No falla; tan sólo hay que sentarse a esperar para verlo. El ejemplo lo tenemos en el hemicirco y en esta izquierda institucional que nos ha tocado sufrir, directa a impactar de lleno contra la punta lasciva de un escabroso iceberg; Iñigo Errejón como mascarón de proa.

La catástrofe ha coincidido en el tiempo con la llegada a las librerías de la última novela de Carmen Posadas, buena amiga y mujer que todo lo hace a fuego lento, incluso lo de pasar frío. De esta manera, con paciencia y buena letra, la autora uruguaya se ha marcado una historia detectivesca salpicada de humor y escrita con toque galdosiano. Se titula El misterioso caso del impostor del Titanic, y la estoy leyendo con gusto, transportado al Madrid del Lhardy con la Pardo Bazán en el salón japonés frente a un suculento cocido. A la mesa también está Ignacio Selva, el detective Selvita, que en realidad no es detective sino un plumilla con ganas de figurar y del que se ha servido la Pardo Bazán para sacarlo en una de sus novelas, un divertimento detectivesco que se titula La gota de sangre. Con este juego de espejos y cajas chinas, a la manera cervantina, Carmen Posadas va tendiendo los hilos de un enredo donde Emilia Pardo Bazán será la protagonista.

La historia está llevada a la época con acierto, reconstruida al detalle, sobre todo en lo que toca a las ideas dominantes y a la presencia de las teorías freudianas acerca de los traumas. En el caso del Titanic, lo que se cuestiona Emilia Pardo Bazán es cómo puede una vivencia traumática modificar a una persona. Porque de igual manera que la puede llevar "a comerse el mundo" la puede anular para siempre. Y esto me viene al pelo para apuntar que nunca me gustaron los linchamientos, tan sólo me cuestiono cómo va a salir Errejón de esta. Por lo visto, al igual que pasó con el Titanic cuando se hundía, lo más urgente ahora es alejarse de él para no ser succionado por el remolino que se forma mientras se está yendo a pique.

El asunto es de una hipocresía que canta. Las personas que hasta ayer mismo estaban de su lado y comían de su cartera los pollos de farla, hoy se comportan como ese tal Joseph Bruce Ismay, presidente de la empresa propietaria del Titanic, que fue el primero en saltar a uno de los botes para salvar su vida. Pero no por ello el Titanic dejó de hundirse. Con esto quiero decir que, ahora mismo, la izquierda institucional está sumergida en el lodo de su propia descomposición. Es el fin de una década que empezó en el 2014, con las elecciones europeas, y que trajo un nuevo aire a la política; un viento fresco que, pasados los años, acabó corrompiéndose. Porca miseria.

Menos mal que nos queda la literatura, de lo contrario nos tendríamos que aplicar las teorías freudianas acerca de los choques emocionales. Porque esta derecha disfrazada de izquierda que nos ha tocado padecer es un verdadero trauma. No sé si llegarán a las morcillas de San Martín. De lo que estoy seguro es de que no llegan a las del año que viene.