No corren tiempos para la intimidad. Tampoco para el amor; por eso llevo días dándole vueltas a la cabeza con el comunicado de Siri Hustvedt, la esposa de Paul Auster, tras la muerte de su marido.
La noticia de la muerte del autor se hizo viral en las redes sociales antes de que ella la comunicara a sus seres más cercanos. "Nos robaron esa dignidad", dice Siri Hustvedt. Porque la falta de dignidad es la tendencia de los tiempos: la poca sinceridad y la grosería son los atributos que dominan nuestras relaciones. No es de extrañar que, con esto, el amor sea un sentimiento prostituido a cada rato. Sin ir más lejos, hace unos días, todo el país estuvo pendiente de otro comunicado, en este caso de nuestro presidente de Gobierno, Pedro Sánchez, que iba a dejar el cargo por estar "profundamente enamorado de su mujer". Al final reculó y naranjas de la China, que no dejó el cargo, pero oye, cómo nos tuvo el tío de entretenidos durante un fin de semana.
De haber dejado el cargo no hubiese sido el primero en hacerlo por estar enamorado. Para las personas que ya tenemos unos años, estas cosas no nos vienen de nuevas, pues hay un antecedente en la política institucional. Años atrás, en 1982, el histórico socialista Pedro Viana García de Salazar -parlamentario alavés del grupo socialista vasco- se dio de baja en el PSOE, pasando al Grupo Mixto para después abandonar la política activa y montar un bareto en Madrid que cerró la policía municipal.
Al amigo no se le ocurrió otra cosa que coger y dejar encerrada a la misma policía dentro del garito cuando fueron a pedirle los papeles. Los echó la llave desde fuera y adiós muy buenas. La policía no daba crédito. Luego, no contento con haber sido del PSOE, se hizo de UpyD y después anduvo en Podemos; no sabemos si todo esto lo hizo por amor o por despecho, lo que sí es cierto es que, cuando se dio de baja en el Parlamento Vasco, alegó que estaba enamorado. Todo un personaje, uno de esos tipos secundarios con el peso suficiente para protagonizar un perfil de Gay Talese.
Ando ahora leyendo su último libro -me refiero a Talese- una serie de retratos que dan forma a un trabajo crepuscular donde el periodista norteamericano rememora sus encuentros con unos y con otros. Se titula Bartleby y yo (Alfaguara) y hay una pieza que me llama la atención y es la del escritor de obituarios del periódico donde Talese trabajaba de joven: un Bartleby moderno que antes fue corrector.
Con ello, Talese hace un inciso para recordar que antiguamente los difuntos eran "alguien" cuando los familiares compraban el espacio necesario en el periódico para anunciar su muerte. Uno de aquellos familiares fue Elizabeth Melville quien, la noche del 28 de septiembre de 1891, pagó un anuncio de seis líneas para notificar la muerte de su marido: Hermann Melville, autor de Bartleby y de Moby Dick, la gran novela americana que tanta influencia ha tenido sobre Paul Auster.
Hay un hilo conductor que engarza simetrías entre libros y autores, también entre las tragedias y su propaganda. Este es un ejemplo más donde Pedro Sánchez se nos ha vuelto a colar, enredando el hilo; su afán de protagonismo no tiene medida.