La figura del boxeador José Luis Pacheco -alias Dum Dum Pacheco- simboliza la historia de España desde la mitad del siglo pasado hasta nuestros días; una historia narrada desde abajo en uno de los libros más peligrosos de los últimos tiempos: Todo el odio que tenía dentro, un trabajo firmado por Servando Rocha para La Felguera, editorial que combina el combate y la cultura popular con el gusto por lo más bizarro. Un puntazo.
El título es la respuesta de Dum Dum Pacheco a la pregunta de cómo ganaba los combates: "Desatando todo el odio que tenía dentro", contesta el púgil, sobrado de razones. Porque no hay otra forma; de la misma manera que no hay otra forma de contar esta historia que como la ha contado Servando Rocha: atravesando cada párrafo con un cuchillo entre los dientes. Desde el principio, desde que a comienzos de los sesenta, influenciados por el estreno de la peli West Side Story, una pandilla de quinquis se organiza para hacerse con Madrid, con sus noches y sus mujeres, sus bugas, sus calles, su cielo, su infierno y esa raya de caballo que muy pronto cruzará la ciudad de punta a punta.
Son los Ojos Negros, capitaneados por un tipo con pintas de indio cheroqui y donde un jovencísimo José Luis Pacheco, antes de hacerse famoso como boxeador, se hacía famoso por no arrugar ante el más grande. Siempre se lanzaba el primero con los puños por delante. Carabanchel, el trullo, las calles de Usera, el poblado de Pan Bendito y demás arrabales de una ciudad que arrastra miserias y abandonos, ese es el lumpen en su significado más crudo; una clase social sin conciencia de clase, de ahí que Pacheco idolatre a Franco, a Millán-Astray y, llegado el caso, hasta a la cabra de la Legión. Esto es España, nos guste o no. Por ello no es sorprendente que las fuerzas de represión directa aparezcan en este libro protagonizando uno de los capítulos más significativos, donde se cuenta la relación de los GAL, el grupo parapolicial, con el Rock-Ola, templo de la Movida Madrileña.
Parece ser que el dueño de la sala era un argelino que estaba en España con trato de favor, igual que todos los demás argelinos que habían pertenecido a la OAS, la Organización del Ejército Secreto, un grupo terrorista de extrema derecha que no quería que Argelia se liberase del dominio francés. Franco acogió a muchos tras la independencia de Argelia en julio de 1962 y el dueño del Rock-Ola fue uno de tantos. Con la llegada de la democracia en España, lo sacaron del frigorífico y lo calentaron con un encargo venenoso: tenía que buscar mercenarios, gente curtida que había pertenecido a la OAS para llevar a cabo acciones en el País Vasco francés. No tenía otra. De lo contrario, sería deportado a Francia donde lo esperaban con las puertas de la cárcel abiertas de par en par. Era un chantaje perpetrado por las fuerzas de represión directa bajo el gobierno de Felipe González para conseguir mercenarios dispuestos a matar por encargo. La derecha no lo habría sabido hacer mejor. No hace falta irse más lejos. Porque, como dijo el poeta, nuestra historia y la morcilla se hacen las dos con sangre, y ambas repiten.