Se llamaba Julien Charlon, era francés y su cuerpo apareció el otro día, junto al de su hija de tres años, en el domicilio donde vivía en Lavapiés. Estaba separado, y todo indica que asesinó a su hija antes de acabar con su propia vida. Lo hizo con la pérfida intención de dañar a su exmujer; para que el dolor la acompañase durante el resto de su vida.
Se trata de un caso más de violencia vicaria, y ya van no sé cuántos, por lo cual no se trata de un hecho aislado. Con todo, es un caso que algunos medios lo han tratado como algo peculiar, o eso han dado a entender desde el momento que han revelado el pasado de Julien Charlon, un tipo afable, de los que daba los buenos días a sus vecinos, y al que se le conocía en el barrio como 'El Francés'. Según cuentan, el tipo se lo hacía de colaborador de centros sociales, y era de ideas progresistas, motivo por el cual, su caso de violencia extrema ha servido para clavar banderas políticas sobre la tragedia. Porca miseria.
Mucha gente se extraña de que un hombre de pose izquierdista y con biblioteca llegue a ser un asesino. Pero en la sociedad del espectáculo a la que pertenecemos, y donde las relaciones están falsificadas, buena parte de los sujetos que nos rodean simulan que tienen un predicado progresista. Por eso mismo, para dichos sujetos la ideología es un mero adorno, un embellecedor, al igual que lo puede ser la cultura o la educación. Porque cultura no es saber que la Revolución Francesa tuvo lugar en 1789. Eso, en todo caso, es ilustración. Hay que profundizar más aún para llegar a definir cultura como posesión de conciencia crítica, cualidad que sirve -entre otras cosas- para denunciar la consigna de la Revolución Francesa contenida en las palabras: "Libertad, Igualdad y Fraternidad". Porque la citada divisa no quiere decir otra cosa que Libertad de Mercado, Desigualdad y Propiedad, es decir, la Santísima Trinidad del neoliberalismo que hoy nos subyuga.
Por otro lado, la educación va mas allá de los modales, es algo mucho más profundo que dar los buenos días a tus vecinos. Estar educados – o educadas- no es otra cosa que estar formados – o formadas- para pensar libremente; para tener criterio propio. Luego está lo otro, la pose, el postureo. Y aquí es donde quiero llegar, pues he conocido a verdaderos hijos de puta con extensas bibliotecas, personas que son capaces de acuchillarte por la espalda después de invitarte a comer en un buen restaurante. Lo hacen sólo por el placer de sentirse propietarios de tu vida. Luego llegan a su casa y se ponen a leer a Voltaire, a Montaigne, la Biblia o qué sé yo.
Hay un panfleto de Carlos Clavería Laguarda que trata este tema. Se titula: 'El infinito no cabe en un junco' (Altamarea) y en él se plantea que el mundo que envuelve a las personas que se adornan con cultura es un mundo mezquino y grosero, un mundo que no respeta al prójimo. Para llegar a las conclusiones a las que llega Clavería en este panfleto, hay que tener cultura, hay que estar educado para pensar; tener el mismo criterio de Marx cuando apuntó: "Nuestra tarea es la crítica despiadada y mucho más contra aparentes amigos que contra enemigos abiertos".
Pues eso, que Julien Charlon era un desalmado cuya falta de alma la disimulaba bajo la apariencia de un hombre con ideas progresistas; un asesino por muchos libros que atesorase en su biblioteca.