Bruno Bettelheim, psicólogo austriaco, dejó escrito que no podemos afrontar la violencia hasta que no estemos dispuestos a verla como un atributo de la naturaleza humana. Por ello, el único camino para ser libres es aceptar nuestra naturaleza y educarla.
Y todo esto viene a cuento porque la lectura de la novela de Albert Sánchez Piñol, La piel fría (Alfaguara), nos presenta la naturaleza del hombre en su estado primitivo. Para quien no lo sepa, cuenta la historia de un desertor de la resistencia irlandesa que huye a una isla en mitad del océano donde habita un tipo hosco y primario que vive en el faro. No esta solo. Una mascota de rasgos femeninos y piel fría lo acompaña en todos los aspectos. Y más no voy a contar, no voy a seguir revelando detalles por si, de estas cosas, deciden pasar un buen rato leyendo esta novela; lo que sí voy a contar es que hay momentos de reflexión en los que el protagonista se pregunta por el sentido de la vida, por el valor de la existencia; por esas cosas tan comunes.
En uno de estos momentos se cuestiona cómo es posible que, después de siglos de guerra contra Inglaterra, los irlandeses aprovecharon el primer soplo de tregua para matarse los unos a los otros. Con ello viene a mostrarnos que la capacidad que tenemos los humanos para destruirnos los unos a los otros y disfrutar con ello es algo digno de ser expuesto en el catálogo universal de nuestra estupidez. El protagonista de la novela de Sánchez Piñol llega a estas conclusiones después de reconocer que "un año después de que Inglaterra se marchara del país, ya habían muerto más irlandeses que en toda la última guerra". Suele pasar, y no es sólo asunto de los británicos, añadiría yo. Las luchas intestinas hacen más daño que las que se hacen contra enemigos de fuera. Eso pasa siempre.
Lo estamos viviendo ahora mismo, con la lucha que se está llevando a cabo en el seno de la izquierda de nuestro país. Con la guerra abierta y el enfrentamiento entre distintas lineas se está deteriorando el marco político y donde tendría que haber unidad hay grieta. Pero yo, al igual que el protagonista de la novela de Piñol, me cuestiono muchas cosas desde la soledad de la isla donde ahora vivo, y sobre todas las demás cosas me cuestiono si una buena parte de esa izquierda que los medios de comunicación presentan como izquierda no será otra expresión más del capitalismo en su proyección posmoderna, lo más parecido a la mascota de la novela de Sánchez Piñol; una especie que parece sacada de un bestiario anfibio y que no conoce otro lenguaje que el que surge del contacto con su piel fría.
Tal vez una buena parte de lo que se nos está vendiendo como izquierda sea una mitología como la mascota de la novela de Sánchez Piñol y, por el contrario, la verdadera izquierda se blinde ante su presencia y no quiera someterse a la violencia de un programa que sólo transmite desigualdad con bellas palabras. Tal vez.