Cada vez que alguien me pregunta qué libro me llevaría a una isla desierta, yo siempre contesto que a una isla desierta me llevaría el libro de los vagabundos, más conocido como el Tarot; un juego infinito donde podemos reconstruir todas esas historias que han quedado bajo la sombra de nuestro inconsciente y que necesitan ser exteriorizadas. Porque es el inconsciente el que guía nuestras manos en cada tirada, manifestando con ello nuestro estado interior. Cada carta simboliza un enigma que una vez desvelado se convierte en una posibilidad de reflexión. Por estas cosas, el Tarot es un libro mágico.
En estos días he estado leyendo el Tarot. Lo he hecho guiado por la interpretación creativa que Jessa Crispin hace de cada una de las cartas. En su libro, publicado en castellano por Alpha Decay nos presenta el Tarot en su dimensión artística y curativa a la par, dando a entender que, en cada tirada, siempre sale la carta que necesitamos y no otra, llevándonos hasta la coincidencia de sentido que expresó Jung cuando definió el encuentro entre efecto y causa como sincronicidad. Por este detalle, el Tarot también es una manera de interpretar el comportamiento de las partículas subatómicas. Existe una relación entre el Tarot y la mecánica cuántica.
En su libro, Jessa Crispin hace una breve introducción, pero muy acertada, acerca de la historia de este juego mágico. Nacido en la época del iluminismo como contrapeso al racionalismo dominante y emparentado con el romanticismo, no fue hasta 1888 con el grupo místico y mágico Aurora Dorada donde militaban William Butler Yeats y Aleister Crowley cuando empezó a divulgarse. Pero el Tarot se extendió a todos los rincones entrado el siglo XX gracias a la baraja que conocemos ahora y que fue obra de la artista Pamela Colman Smith siguiendo las directrices del escritor Arthur Edward Waite. Es por eso por lo que la baraja del Tarot más usada sea la impresa por William Rider, más conocida como Rider-Waite. El machismo dejó fuera a Pamela Colman Smith, pero Crispin, desde la legitimidad feminista, cada vez que se refiere a esta baraja lo hace como la Rider-Waite-Smith.
Entre otros atributos la artista Colman Smith trabajó los arcanos menores que en el Tarot de Marsella venían poco detallados. El colorido y la minuciosa elaboración pictórica de cada carta han convertido la baraja Rider-Waite-Smith en una obra de arte. Yo he sido una de tantas personas que han sucumbido a sus encantos y, en estos días de lluvia y retiro, he vuelto a jugar con ella, a leer el libro de los vagabundos llevado por los parámetros que marca Jessa Crispin en su manual titulado El Tarot creativo. En sus páginas he encontrado interpretaciones lúcidas y acertadas de cada una de las cartas.
En un momento dado, siguiendo las pautas de Jessa Crispin, me ha dado por pensar que si a nuestra mal llamada izquierda institucional le diera por hacer una tirada de cartas, la primera que saldría sería la carta menos cómoda de todas, y no me refiero a La Muerte, sino a El Juicio. Según nos dice Jessa Crispin, El Juicio es la carta que se identifica con la autocrítica, la carta que nos pone frente a un espejo que nos desnuda, dejando así nuestras miserias, nuestras culpas y nuestros errores al aire. Sin duda, ese es el error de esta izquierda institucional que nos ha tocado en suerte, una izquierda de pastel que no sólo carece de discurso, sino que también carece de autocrítica, de falta de juicio.
Para los que vivimos a la contra de los postulados de la economía clásica que son los que determinan la postura legítima de la disidencia, vemos que la carta de La Justicia, lejos de tomarla como un reinicio kármico, se toma desde la izquierda institucional como si no fuera con ellos y fuera asunto de una oposición que se frota las manos ante tanto desastre. La derecha, la otra derecha, sabe que en las próximas elecciones, la gente va a votar al original, dejando fuera al sucedáneo. Hay que saber interpretar las cartas.