Hay un hilo invisible que atraviesa Madrid y que va hilvanando historias. En realidad son patrañas, hipérboles y cruces de caminos que aparecen cuando deambulamos sin rumbo fijo, inspirados por quién sabe qué musa o qué demonio. Se trata de un sendero exclusivo, sólo apto para gente iniciada en el secreto que late bajo los adoquines de la realidad; un misterio que Servando Rocha nos desvela en su último trabajo; un libro que escapa de toda clasificación. Se titula: De fuego cercada (Alianza) y es una guía mágica de Madrid, ciudad edificada sobre corrientes telúricas que arrastran sueños y derrotas.

Desde que Valle-Inclán nos contara su vida en una noche teatral y distinguida, la ceguera homérica de Max Estrella ha dado a la imprenta una buena resma de literatura de alta graduación. La última ha sido la del oftalmólogo José Ribalta Camós quien, un buen día de 1916, echó a andar por Madrid y desapareció para siempre. Servando Rocha ha reconstruido aquel paseo, aquella deriva a través de edificios, lugares y personas con las que Ribalta tuvo algo o nada que ver.

El resultado ha sido un viaje a través del tiempo, alcanzando la huella astral del mito ahí donde Apolo tensa la cuerda que enreda Dioniso, ahí donde el pasado árabe de Madrid queda oculto bajo la sombra de la nueva arquitectura. En uno de los capítulos, Rocha nos presenta cómo fue trazada la Puerta del Sol sobre un barrizal, y los recuerdos asaltan igual a los fragmentos de un maremoto. Nadie va a salvarnos del naufragio de la memoria; no sé si me explico, pero todo el libro es una metáfora en sí mismo, un derroche de imaginación convertido en realidad histórica. Porque la ficción es la única realidad a tener en cuenta, sobre todo cuando lugares como la Puerta del Sol presentan el aspecto actual, es decir, sitios de paso y a evitar. La desolación que muestra hoy la Puerta del Sol es más propia de un patíbulo que de una plaza popular.

La degradación arquitectónica de la Puerta del Sol de Madrid es el ejemplo de cómo nuestras autoridades municipales están al servicio del Capital y no de la ciudadanía. Porque lo natural es que una plaza céntrica sea acogedora, que la gente se reúna, baile y se bese en ella; pero, claro, estas son actividades que salen gratis y aquí los pilares que menean el meollo del rollo del Capital son la productividad y el consumo. Y eso es algo a incentivar. Por este motivo, la Puerta del Sol -y con ello las demás plazas de nuestro país- presenta un aspecto sórdido y tanatorial al que sólo le faltan esquelas para rematar los suelos, y nichos en vez de portales.

Pero no me quiero despistar, pues hoy vine a hablar del último libro de Servando Rocha, un trabajo necesario y que abre una brecha en el tiempo por la que podemos escapar de tanta dejadez institucional, una rajadura de puñal por la que podemos alcanzar la noche de los tiempos, cuando la ciudad de Madrid tuvo a ilustres paseantes como Pío Baroja, el autor que siempre dijo que este país tan nuestro no hay quien lo arregle.