A principios de los 80, a raíz de la intervención estadounidense en Nicaragua, el dramaturgo Harold Pinter y el novelista Philip Roth rompieron su amistad. Sus discusiones habían alcanzado tal punto que rayaban en la violencia, y más de una vez estuvieron cerca de llegar a las manos. Roth no estaba de acuerdo con Pinter en que Estados Unidos era "la escoria de la tierra" y Pinter, cada vez que podía, acusaba a Roth de ser un representante de las políticas inhumanas de Reagan.
Las polémicas eran tan encendidas que había veces que hasta los camareros tenían que intervenir ante el espectáculo que ambos autores daban en los restaurantes. Algo así nos cuenta Claudia Roth Pierpont en la biografía de Philip Roth titulada Roth desencadenado (Random House); un trabajo donde la periodista perfila al autor norteamericano en toda su extensión, no ya como novelista, sino como amante, marido, hijo y ciudadano enfermo.
Porque Philip Roth fue un hombre obsesionado por la mitología judeocristiana y por el sexo, categorías estas que vienen a ser el eje de su obra escrita. Ahora volvamos a Pinter, pues razón no le faltaba al dramaturgo cuando discutía con su colega; de hecho, años después, su discurso de Premio Nobel fue un salivazo a la política abusona de norteamérica desde la Segunda Guerra Mundial; entre unas cosas y otras Pinter, no dio tregua; citó el caso de Nicaragua, de Guantánamo, de la mentira de las armas de destrucción masiva para invadir Iraq; de la tolerancia de la comunidad internacional ante las atrocidades que norteamérica comete en su papel de país "cabeza del mundo libre".
Años después de que Pinter recogiese el Nobel, y su incendiario discurso quemase los oídos de los dueños de las hambres y de las fronteras, años después, todo sigue igual; o peor. El país más "demócrata" del mundo continúa imparable; todo terreno que pisa lo convierte en un estercolero. Afganistán es un claro ejemplo y Europa va en camino. Porque, de aquí a unos años, los Estados Unidos habrán convertido esto en un territorio machacado por el terrorismo, el hambre, las epidemias y todas las cosas más feas del mundo.
Es lo que pasa cuando la OTAN no es otra cosa que una organización al servicio del Capital. Ya lo hemos dicho muchas veces, la OTAN no está para proteger al ciudadano, sino todo lo contrario; la OTAN fue creada para defender políticas económicas condicionadas por el criterio cuantitavo. Y al frente de la OTAN tenemos a Estados Unidos como miembro más poderoso de la organización. En fin, un ascazo.
"¿Qué le ha pasado a nuestra sensibilidad moral? ¿La tuvimos alguna vez?" Se preguntaba Pinter en su discurso del Nobel. Yo me pregunto lo mismo cuando veo las colas del hambre, cuando escucho y leo las cifras que se van en gastos militares a una guerra que siempre perdimos los de abajo, ya seamos rusos, polacos o ucranianos. Porque todos los fuegos son el mismo fuego. Qué quieren que les diga, si yo no voy con Zelenski, ni con Biden. Tampoco con Putin, faltaría más. Yo voy con Harold Pinter, sin duda, y si se me apura también voy con Philip Roth, el novelista que se lio con Jackie Kennedy y dijo que besarla era como besar la foto de un cartel publicitario; un tipo dominado por sus obsesiones; demonios que fueron el fermento de una mala digestión religiosa cuya culpa, como todo lo demás, la tiene el sistema capitalista. No hay otra.