Las últimas elecciones de Italia han revelado lo que ya se sabía, que el capitalismo ha entrado en fase crítica y que necesita enseñar los dientes. El cadáver del fascio italiano, que permanecía colgado boca abajo desde 1945, ha sido revivido. Ahora el fascismo aparece encarnado en una gachí de discurso populista y pelo teñido de rubio, como la Marilyn Monroe pero con menos arte. Es lo que tiene jugar con fuego cuando la paja está seca y el agua queda lejos.
No sé si me captan, pero durante la crisis del 29, cuando lo de la caída de la bolsa de valores en Estados Unidos, el Duce gobernaba Italia a salivazos y Hitler, en Alemania, tomaba nota. Como el fundamento de la economía alemana dependía de los préstamos estadounidenses es fácil comprender que la crisis de 1929 se extendió a Europa en modo violento. El ascenso de Hitler fue inminente. Esto nos lleva a la Teoría del caos y a su efecto mariposa, por el cual sabemos que todas las cosas de este mundo están conectadas y que el aleteo de una mariposa en la bolsa de Nueva York puede provocar, como hemos visto, un tornado en Alemania que se lleve a media Europa por delante.
En estos días de caos, donde los análisis políticos se presentan huecos en los medios de comunicación, conviene sumirse en la lectura de buenas novelas. Para esta ocasión se hace determinante una obra maestra. Escrita en estilo cervantino, a la altura del Tom Jones de Fielding y con golpes de humor que a veces nos traen el recuerdo del Tristram Shandy de Sterne, el bueno de John Barth se marca un folletín acerca de la fundación de los Estados Unidos que lleva por título El plantador de tabaco.
El protagonista es John Ebenezer Cook, un pícaro que, a ratos, nos recuerda a nuestro Lazarillo pero en plan ilustrado; un busquero que, por encargo de su padre, llega al Nuevo Mundo desde Londres para hacerse cargo de una plantación de tabaco en la colonia de Maryland durante los últimos años del siglo XVII. Toda la novela es un disparate continuo, donde destacan detalles como el que da cuenta del nacimiento de los Estados Unidos.
Porque Barth nos descubre que el capitán John Smith, marino y autor inglés conocido por establecer el primer asentamiento británico en Norteamérica, se salvó de morir a manos de los nativos a cambio de regalarles pornografía de la época, es decir, que el nacimiento de los Estados Unidos se debió, en buena parte, a la pornografía. Si no llega a ser por aquellos grabados escabrosos, el rumbo de la mariposa de la historia hubiese sido otro y, tal vez, la crisis del 29 no hubiese existido o si hubiese existido lo hubiese hecho en otro punto y en otro momento, de tal manera que Hitler y Franco y todo lo que vino después hubiese sido de otra manera. Estas cosas son las que pienso mientras leo esta gran obra que la editorial Sexto Piso ha tenido a bien publicar en castellano encargando su traducción -magnífica- a Eduardo Lago.
La novela salió en Estados Unidos en 1960 y puedo asegurar que su lectura es la mejor inversión de tiempo que puede hacerse en estos tiempos tan feos en los que los cadáveres del fascismo han dado la vuelta a la vida y se presentan como si estuviesen vivos de nuevo, otra vez, en una Europa que depende del pulso de un anciano que oficia de presidente de Estados Unidos, y cuyo objetivo no es otro que el de convertir el mapa europeo en cenizas para luego realizar inversiones sobre la tierra quemada. De esta manera, el capitalismo comenzará su nuevo ciclo tras el barbecho. John Ebenezer Cook, el protagonista de la novela de John Barth, lo anticipó.