Leo con gusto lo último de Jorge Volpi, un ensayo fronterizo que abarca todas las edades del ser humano desde que, un buen día, despertó siendo un escarabajo. Se titula La invención de todas las cosas (Alfaguara) y me tiene absorbido. Entre sus páginas me sumerjo y disfruto como hacia tiempo que no me sucedía con un libro.
Ya puesto, he de confesar que no son pocas las veces que identifico nuestra actualidad política con las cosas que cuenta Jorge Volpi. Sin ir más lejos, en el capítulo dedicado a la tragedia griega, Volpi hace referencia a la teatrocracia, el término del filósofo Simon Critchley con el que denomina la Atenas democrática; una ciudad que no está regida por filósofos, sino por dramaturgos y actores. "Un adelanto de nuestra sociedad del espectáculo", sostiene Volpi con acierto; a lo que yo añadiría: "Sí, pero mal interpretada". Porque la sociedad espectacular, cuya crítica desarrolló Guy Debord en 221 tesis, hace referencia a la sociedad del capitalismo tardío donde todas las relaciones están falsificadas, donde todo es un simulacro y donde lo único real es el hambre que, a su vez, es una necesidad convertida en mercancía.
En la sociedad actual existen los dueños de las hambres al igual que existen los dueños de nuestras fronteras, que vienen a ser los mismos. Es lo que tienen los monopolios. Con todo, nuestros representantes políticos, en vez de representar nuestros intereses, se alejan de ellos y convierten su labor en una representación de ellos mismos representándose como actores al servicio del Capital. Es más, interpretan su papel de la peor forma posible, ya que, si se limitaran a simular lo que no son, la cosa tendría un pase, pero es que, en los últimos tiempos, no contentos con ello, se dedican a rizar el rizo, a fingir que fingen ser lo que no son y que de otra manera no pueden dejar de ser.
Como bien asegura Volpi en su libro, a partir del año 507 antes de Cristo, el bueno de Clístenes de Atenas inventa la democracia, "una de nuestras ficciones más valoradas". Y esto último se debe al sentido que ha ido tomando el mismo concepto de democracia, pues, en los tiempos de Clístenes, la Asamblea decidía y los cargos se encargaban de llevar a cabo las decisiones de dicha Asamblea. Hoy en día son los cargos los que deciden sobre nuestro presente, siendo una mala copia de la ficción original la que gobierna el mundo real. De esta manera, seguimos viviendo en un Estado imaginario donde cada vez cuesta más llegar al fin de semana con la nevera llena.
Es vergonzoso lo de esta tropa. Darse un garbeo por el hemicirco del Congreso de los Diputados nos lleva a pensar que los actores elegidos son de lo peor; no es que no sepan desempeñar su papel, es que no valen ni como marionetas, se les enredan los hilos y la lengua. Como el asunto carece de arreglo y nuestro voto de poco vale para cambiar el rumbo de nuestras vidas, me precipito a seguir leyendo a Jorge Volpi y su historia de la ficción; un trabajo colosal construido con el material con el que Shakespeare modelaba sus sueños, que es como decir sus obras de teatro.