Cuando Albert Camus publicó El extranjero, el ejército alemán perseguía judíos por Europa como si fueran conejos. Tras apresarlos eran convertidos en jabón. Las chimeneas de los hornos alemanes oscurecían el cielo con el humo de la vergüenza. Y la gente bajaba la mirada, como si contase hormigas.
Así estaban las cosas en el año 1942, cuando un joven a punto de cumplir la treintena explicaba con su primera novela el sentimiento de indiferencia que contagiaba Europa; un continente devorado por la guerra donde sus gentes adelantaban la existencia a la esencia.
Todo conflicto bélico supone un trauma colectivo donde el ser humano se convierte en extranjero de su propio mundo; un ser distante con una disposición ética disimulada bajo la dura piel del estoicismo. Por estos apuntes, la filosofía debe mucho a esta novela de Camus, una obra de poco más de cien páginas donde Meursault, su protagonista, se muestra como un hombre para el que la vida no tiene más sentido que la sórdida rutina en la que vive y de la que le saca la muerte de su madre, asunto que le incomoda, pues Meursault ha de desplazarse al asilo donde su difunta madre estaba ingresada.
Con la muerte de Dios, anunciada por Nietzsche más de medio siglo antes de la novela de Camus, también murieron los valores esenciales por los que nos movemos para dar sentido a nuestra existencia. Hasta el momento de la muerte de Dios, nos agobiaban todos esos principios morales cargados de parámetros éticos que obligaban a empatarnos con el prójimo. Tras la muerte de Dios llegó la liberación, siendo nuestra propia existencia lo único que da sentido a la vida.
Para conseguir plasmar el momento, llevar hasta el papel en blanco la sucesión de instantes que da lugar al proceso histórico, hay que tener el talento de Camus. Esta es la razón principal por la cual Camus sigue vigente en nuestros días. Ahora más que nunca, tras una pandemia y con una guerra nuclear amenazando nuestra existencia, Camus está vivo. Nadie ha superado su esencia a la hora de representar el estado de ánimo que se nos queda cuando vivimos un trauma colectivo.
Sólo los borricos y las borricas -conviene ser inclusivo- rebuznan y proclaman destrucción, lo que revela su falta de sensibilidad a la hora de vivir y dejar vivir la vida. La han despojado de sentido y tenemos que encontrarlo. Mientras tanto, mientras vamos en su busca, seguimos rutinarios y ciegos ante los pesares del prójimo, pensando que no es nuestro problema, sin darnos cuenta de que, en cualquier momento, de un sólo golpe, se puede abrir la puerta de nuestra desdicha y dejarnos a la intemperie, invisibles a los ojos de los demás cuya existencia prima sobre la esencia.
Son muchas las lecturas que pueden hacerse de esta gran novela de Albert Camus; la mía es una de tantas. Se trata de la lectura de un espectador que, tras los últimos acontecimientos, ha perdido la fe en el ser humano, y al que sólo le queda la fe en el escepticismo. Tal vez por eso me identifico tanto con Meursault, el protagonista de esta novela.
Lean El extranjero de Camus (Random House), si no lo han hecho aún, y comprenderán que nuestro único sitio en el mundo es un territorio ignorado y triste donde hace tiempo quedó enterrada nuestra esencia.