En breve, Donald Trump iniciará su segundo mandato al frente del gobierno norteamericano. Su primer mandato finalizó con una pandemia mundial y con una broma de mal gusto, me refiero al asalto al Capitolio por cuenta de sus seguidores. Hubo cadáveres, agitación, demencia y heridas que no cerraron.
Pero si algo caracterizó la primera época de Trump como gobernante fue la expresión que intoxicó occidente con su discurso supremacista blanco heredado del Ku Klux Klan. Nosotros tuvimos aquí algo parecido con ese otro que fue presidente del Atleti y alcalde de Marbella. Así que en eso vamos por delante de Norteamérica. Y con esto no quiero decir que Joe Biden me parezca mejor que Trump o que ese otro de Marbella, pues ha demostrado que no lo es; sólo hay que echar un vistazo a lo de Gaza y a su política de violencia. La diferencia entre Trump y Biden es que uno está libre de hipocresía y el otro no. Por lo demás, ambos dirigentes están bendecidos por el mismo patrón: el patrón del Capital.
Cuando Trump llegó al gobierno, en su primer mandato, hubo muchos artistas que criticaron abiertamente su figura. Bruce Springteen o Bono de U2 fueron algunos de ellos. Martin Amis, Salman Rushdie o Margaret Atwood también señalaron a Trump como el mayor desastre posible para Norteamérica. Pero si hubo un escritor que destacó sobre todos los demás en sus opiniones antitrumpistas, ese fue Stephen King. En una de sus últimas novelas, la titulada Billy Summers, el bueno de Stephen King aprovecha la más mínima para poner en boca de su protagonista críticas de trazo grueso a todo lo que significa el trumpismo; esa corriente del populismo que alcanza la derecha en su dimensión extrema.
Hay una escena brutal y descacharrante. Sucede cuando Billy Summers va a ajustar cuentas con los violadores de una chica a la que él mismo ha rescatado. Se cuela en el apartamento de los abusones con el rostro cubierto por una careta de Melania Trump y, sin dejar la guasa, va armado con un espray para limpiar hornos con el que rocía los ojos del que abre la puerta. Por si no bastara con eso, Billy Summers también se ha hecho con una batidora eléctrica que utiliza para sodomizar al más ganso de todos ellos.
La escena es grotesca y violenta a la par, pues, sin sacarse la careta de Melania Trump, le pide al más ganso que se baje los pantalones y se ponga en posición. Y así Billy Summers se desquita. Hay veces que en las novelas de Stephen King tienes que cerrar los ojos para seguir leyendo y esta es una de esas veces. Sin duda, Stephen King llega a lo más alto con escenas así. Bien mirado, el asunto no deja de ser una metáfora del trumpismo cuando el trumpismo se vuelve en tu contra y te sodomiza con dolor y sin miramientos.
Para identificar el término real con el término imaginario hay que derrochar el talento de Stephen King; de lo contrario, te puedes quedar con la batidora en la mano y la careta caerá por su propio peso, dejando ver lo mediocre de tu rostro. Ser como Stephen King sólo le está permitido a un tío como Stephen King. Dicho esto, háganse un favor, lean cualquiera de sus libros; aprovechen que Trump llega a la Casa Blanca para disfrutar con uno de sus más certeros críticos.