La obesidad es una epidemia mundial sin freno que se sustenta principalmente en los hábitos negativos de alimentación y actividad física, generando un desequilibrio positivo entre el aporte calórico de la ingesta y el gasto energético, lo que se traduce en una acumulación excesiva de grasa que puede ser perjudicial para la salud. Los factores psicológicos y conductuales son los más relevantes en el curso de esta enfermedad, aunque existen otros (factores genéticos, socioeconómicos, ciertas enfermedades, uso de algunos fármacos...). Su incidencia se ha triplicado en las últimas décadas y es cada vez más preocupante, ha incrementado en casi cinco veces en niños y adolescentes.

La obesidad no es una cuestión estética, es un problema de salud potencialmente grave ya que la acumulación en exceso de peso es un factor de riesgo para varias enfermedades como son las enfermedades cardiovasculares, diabetes, trastornos del aparato locomotor, entre otras. También está relacionada con ciertos tipos de cáncer.

En adultos es uno de los factores determinantes de las principales causas de mortalidad y morbilidad por enfermedades no transmisibles, causando alrededor de cuatro millones de muertes anuales en el mundo. Una de las razones que llevan a estos índices alarmantes son los hábitos poco saludables y que afectan a toda la sociedad, especialmente a las poblaciones más vulnerables. Se ha aumentado el consumo de ultraprocesados, de grasas y de azúcares refinados en la dieta y disminuido el de frutas frescas, verduras, hortalizas, legumbres, granos integrales...

Para que nos hagamos una idea solo las bebidas azucaradas representan el 40% de la ingesta total de azúcar poblacional. El consumo de alcohol también contribuye de manera importante. Por otro lado, el sedentarismo también es un dato preocupante, 4 de cada 10 personas no realiza la actividad física mínima recomendada. En los países desarrollados desde el punto de vista tecnológico, la falta de actividad física es frecuente y contribuye al aumento de la obesidad. Las oportunidades para realizar actividad física han sido desplazadas por los avances tecnológicos (ascensores, coches, patinetes eléctricos...) Nos pasamos más tiempo realizando actividades sedentarias como el uso del ordenador, televisión, videojuegos, que en movimiento. Además, el trabajo de las personas también se ha vuelto más sedentario.

El principal tratamiento para la obesidad consiste en realizar cambios en el estilo de vida, es decir, modificar la alimentación, aumentar la actividad física e introducir cambios de comportamiento. Para la pérdida de peso se requiere motivación y buena predisposición. Es importante fijar metas realistas y entender que la pérdida de peso saludable se puede lograr solamente con cambios perdurables en el tiempo, en lugar de con soluciones mágicas o dietas de moda insostenibles. Una mínima pérdida de peso, entre el 5 y el 10%, puede reducir considerablemente los riesgos de sufrir trastornos de salud relacionados con el mismo.

Junto con estos cambios de comportamiento es conveniente y útil contar con el apoyo de profesionales de la salud como dietistas y psicólogos ya que estos nos ayudaran a obtener herramientas que harán que el cambio de hábitos sea eficaz y de larga duración, adquiriendo ciertas habilidades como pueden ser la resolución de problemas, el control del estrés y la ansiedad o el autocontrol. El apoyo por parte de los miembros de la familia también son fundamental. Como podemos ver el problema de la obesidad es complejo y multifactorial por lo que es necesario un abordaje multidisciplinar para abordarla.