Dice Alfonso Guerra que a Yolanda Díaz le habrá dado tiempo "entre una peluquería y otra" a criticar la falta de rigor jurídico y político. Lo hace con una condescendencia profundamente machista que trata de restar profesionalidad a una mujer por su aspecto, que la arrincona a un lugar sin importancia, doméstico, pueril y banal, a un lugar 'femenino' porque mientras las mujeres se pintan los labios los hombres están haciendo cosas muy importantes, cambiado el rumbo de la Historia, vamos.
Al parecer la credibilidad de Yolanda Díaz pasa por su pelo, no por la reforma laboral que ha llevado a cabo, no por su trabajo, no, todo se reduce a sus mechas o a su escote. No con su trabajo o con la reforma laboral, no, con el color de las uñas de sus pies. Esta es una forma tradicional de desacreditación hacia las mujeres, hacia las que ocupan el espacio público y más concretamente hacia las mujeres de izquierdas, a las que se les presupone que han de tener inquietudes más elevadas que las de la propia imagen y que si las tienen entonces son una 'estafa', esconden algo, bajo ese disfraz se oculta algo que es su 'verdadera esencia', como si nos estuvieran mintiendo y engañando, como si no se pudiera leer el manifiesto comunista brillando con 'highlighter', se puede y de hecho, se debe sin pedir permiso ni perdón por ello.
La cuestión es que en determinados espacios no se permite a una mujer el que pueda querer 'gustar' (o gustarse) físicamente, has de ser indeseable, dejar aparte el cuerpo, que no aparezca, para que se te 'tome en serio'. Lo poco serio tiene que ver con todas esas cosas superficiales, sin profundidad, cosas 'de chicas'.
Si eres mujer en un mundo de hombres has de masculinizarte y eso pasa por dejar a un lado la feminidad. No deja de ser curioso porque parece que los hombres, al contrario que las mujeres, no se disfrazan de hombres para salir al mundo. Digo yo que el traje que lleva el Alfonso Guerra, ese disfraz de hombre serio, de señor, habrá tenido que ser lavado y planchado, que no está exento de la producción de sí mismo, dudo que lo haya planchado él y que mientras una mujer lo dejaba a punto él tenía el tiempo que le echa en cara a Yolanda Díaz, entre un planchado de camisa y otro, sí. El aviso es el siguiente: no te 'arregles', pero hazlo lo suficiente para que no podamos echarte en cara que eres una 'dejada'. Es, en esencia, un imposible porque no puedes pasarte ni quedarte corta, es un mandato de control.
Se pueden, y se deben, debatir las ideas de Yolanda Díaz, en eso consiste hacer política, pero para eso Alfonso Guerra tendría que ver a las mujeres como personas y no como entes diferentes que 'pierden sus valiosas existencias' en peluquerías. Yo le recomiendo a él que se pase por las peluquerías de barrio porque allí se hace mucha más política que en muchos hemiciclos. Le recomiendo que se baje a una y que vea cómo muchas abren fuera de sus horarios y se convierten en verdaderos centros sociales y culturales, cómo allí de habla de lo divino, de lo humano, de tristezas y alegrías y cómo además de todo eso se sale mejor, porque cuando te ves bien ves las cosas bien. En pocos sitios como en las peluquerías se convoca a la comunidad.
Y si no sabes de qué va la vida, no puedes hacer política.