Final explicado. Así puedes encontrar miles de vídeos en internet en los que se explica el final de una serie o de una película. Los vídeos cuentan con millones de reproducciones de personas ávidas de entender 'algo', de quitarse de encima de manera rápida y efectiva la incómoda sensación de no saber, ese desamparo de lo inconcluso, de lo que no cierra y, por tanto, carece de sentido alguno.
Sin embargo, lo que no puede ser entendido por la razón forma parte de lo humano: es imprescindible que exista una porción de mundo desconocida, misteriosa y viscosa, todo aquello que no debería ser aprehendido, lo que nace en el momento, en ese asombro impredecible e incierto que surge cuando uno está vivo. No se puede ir al encuentro con los demás con una escaleta, con un guion de memoria, con las mismas líneas de diálogo repetidas de memoria para hacer coincidir la broma siempre en el momento en el que se reciban las mismas risas enlatadas. A la vida uno no puede ir sabiendo, porque a la vida se va a tientas, dejando que lo otro, lo que no somos nosotros, nos intercepte y nos modifique, nos cambie irremediablemente, nos deje sin argumentos. No hay nada más bello que quedarse sin argumentos porque eso significa que hemos dejado las armas, que nos han ganado, que se despliega ante nosotros un vacío que puede ser desplegado hacia lo nuevo.
Esta parte del mundo parece estar en vías de extinción cuando somos incapaces de sostener la incertidumbre del no saber. Hay cosas que no tienen explicación, que no deben ser desveladas porque el mero ejercicio de desvelarlas hacen que desaparezcan o que se vuelvan rígidas, dogmáticas, como una barrera impenetrable que expulsan cualquier aproximación a ellas que no sea mediante la palabra, que siempre es deficitaria, que siempre es injusta con lo vivido. La ternura de tu gato durmiendo en los pies, encontrar una postura cómoda entre las rocas que flanquean un charco, el tiempo en estalactita de cuando te dicen que tu padre ha muerto, el instante antes de caer en una montaña rusa, la decepción tenue que marca el comienzo de una futura ruptura, el graznido de un ave que no sabe que existes y a la que no le importas, los ojos del amante antes de evaporarse hasta antes de su infancia.
Si tratamos de explicar todo, nos quedaremos sin nada.
El mundo tiene derecho a mantener a salvo su secreto, a que haya finales que no necesitemos entender, a que lo hermoso sea de hecho defender el derecho a que lo importante no es dotar de un sentido único a las cosas, a tener que habitar todo lo que no es transparente, lo que opaca, lo que convoca a los humanos a un territorio de indeterminación y, por tanto, de duda.
No entendí nada, pero qué hermoso y vivo lo siento.