El lema de una reciente campaña de una marca deportiva para los Juegos Olímpicos de París de 2024 es "Ganar no es para todos" que se completa con "Ganar es un hábito difícil de perder".
La cultura del éxito nos hace creer que solo con tu esfuerzo conseguirás las cosas. Así, si te esfuerzas mucho, si pones todo tu empeño, si te localizas en algo, la consecuencia será que eso será tuyo. Todo depende en última instancia de ti, todo es, al fin y al cabo, tu responsabilidad y si no alcanzas aquello que te propones es que eres defectuoso, es que no lo has intentado lo suficiente, es que no vales. Vivimos en un mundo que hace del fracaso un accidente y del ganar un hábito, cuando es completamente al contrario: lo normal es fracasar, ganar es siempre una cuestión de suerte. Esa suerte que muchas veces ocultamos porque parece que si dices que has conseguido algo con talento, con esfuerzo, vale, pero también con muchísima suerte. Estar en el lugar adecuado en un momento en el que nadie más está haciendo lo que tú haces, que alguien te dé una oportunidad, que ponga dinero detrás de lo que haces y que se te promocione, que como ya estás en la rueda, se piense más en ti. La suerte, una vez te toca, es más fácil que te vuelva a tocar porque la desgracia es una pescadilla que se muerde la cola, de la misma manera que si no tienes experiencia, no te contratan, pero si no te contratan, nunca tendrás experiencia, la mala suerte es esa misma condición.
La pregunta no es que no hay nada de malo en querer ganar, la pregunta es qué sucede cuando no ganamos, qué hacemos con todas las veces en que no conseguimos ser hombres de verdad o mujeres de verdad, en la que estudiaste pero alguien tuvo una décima más que tú, en la que amaste y cuidaste todo lo que pudiste y no fue suficiente para que el amor saliera adelante, qué sucede cuando nos empeñamos y nos rompemos, cuando lo hacemos y nos morimos, cuando somos "buenas" personas y el mundo nos devuelve dolor y a las "malas" personas les da estatus y dinero. La pregunta es qué sucede cuando no hay una correlación entre nuestras aspiraciones y los resultados. Esa falta de correlación que no es otra cosa que la vida, porque es ahí donde la vida sucede, en ese lugar incierto en el que la existencia se convoca, en la que tenemos que resistir y negarnos a que nos cuenten el cuento del éxito.
Un mundo preocupado por ganar todo el rato es un mundo que no está dispuesto a la fragilidad y la vulnerabilidad. Es un mundo dispuesto a pisar, a lanzar zascas, a ejercer violencia con tal de dominar. Para que haya gente que gane tiene que haber gente que pierda, no, claro que "ganar no es para todos", ganar es para unos cuantos y además la cuestión es que siempre ganan los mismos, aquellos que muchas veces partían de lugares más privilegiados, que tuvieron dinero para que perder no supusiera perderlo todo, que tuvieron tiempo para pensar, o estudiar, o para estar en una academia que reforzara sus talentos naturales. Pocas veces alguien que no tenía nada lo gana todo y cuando esto sucede el relato tiene que ver con la heroicidad, con haber salido de lo indeseable, con una fuerza sobrehumana, con una especie de divinidad en la Tierra, que se convierte en aspiracional para toda esa pobre gente que es una vaga y que no lucha por sus sueños.
No, los sueños muchas veces no se cumplen y a veces se luchan y también se pierden. Se dobla la rodilla, te da un ataque de pánico, te quiebras. Y es ahí, cuando no puedes, cuando lo único que nos quedan son los demás. Todas las personas que aprendimos a perder y que la pérdida es menos pérdida cuando el otro te sostiene.