Pienso a menudo en la imposibilidad de contradicción en el espacio público. Cómo hemos construido un lugar en el que no nos importa en realidad lo que el otro pueda sentir, sino que lo usamos como una excusa para confirmar nuestro propio discurso. No leemos a nadie realmente, tan solo nos leemos a nosotros mismos y utilizamos a los demás para sacar brillo a nuestras argumentaciones.
Internet se convierte de esta manera en una foto familiar, en un espacio inmutable, fijo, en el que tú 'eres' alguien y debes seguir alimentando esa idea que se tiene sobre ti. No hay por eso posibilidad de error, porque la gente no quiere que cambies, la gente necesita que seas 'el enemigo', que seas alguien que pueda ser identificado para lanzar su discurso sobre ti. Por eso es imposible pedir perdón en Internet, porque si lo haces nunca será 'verdadero', nuca será suficiente, porque no queremos a nadie que nos desmonte nuestra idea, de hecho el otro desaparecerá en favor de nuestra visión que tenemos que defender frente a los demás.
Y es que el debate ha quedado viciado desde antes de iniciarse porque ya todos sabemos que lo que digamos va a ser aplaudido o cuestionado. Ya pensamos y escribimos sabiendo que aquello que escribimos o pensamos va a tener un impacto de apoyo o de descrédito. Esa es cierta ausencia de libertad porque muchas veces callaremos por no enfrentarnos a lo que se nos viene encima y otras muchas diremos cosas tan solo por buscar el apoyo mayoritario, para ser considerados los 'buenos', los que están en el 'lado correcto', los que están en posesión de la verdad y tienen la razón.
Siento que hemos perdido un lugar de enunciación importante, un lugar que podría haber sigo un sitio para pensar, para debatir, para profundizar sin derribar al otro, un espacio que podría y debería ser mucho más amable y tierno, pero lo hemos perdido, en favor de la masculinidad en la cultura del zasca, de la burla o el meme, o de los anuncios. Ahora todo el mundo trata de ganar algo en internet, de obtener capital social o económico. ¿Dónde está ahora esa posibilidad de encuentro? ¿Dónde quedó todo lo que se nos prometió?
Apostar por la pedagogía, construir en vez de destruir, trabajar la empatía, no promover discursos incendiarios, no jugar a las lógicas impuestas, al amarillismo, el morbo, intentar establecer un diálogo, seguir creyendo en la transformación social, deberían ser preocupaciones de nuestros proyectos políticos y vitales. Asumir que no 'somos' solo algo, que podemos transformarnos, que tenemos derecho a la duda y a la contradicción, que podemos equivocarnos y pedir perdón, que podemos ser mejores, aprender, pero también asumir que todo eso que podemos hacer nosotros, también podrían hacerlo los demás.
Esa, y no otra, es la esperanza de nuestros día.