Basta con acercarse a la estantería de cualquier librería para comprobar cómo, en la sección destinada a la filosofía, los libros que se encuentran destacados son aquellos que tratan sobre el estoicismo. Las meditaciones de Marco Aurelio, el Diario para estoicos y La disciplina marcará tu destino: el poder del autocontrol son algunos de los títulos que se encuentran entre los más vendidos.

Esta fiebre estoica se produce curiosamente, en un momento de crisis de la masculinidad, en un tiempo en el que la idea de lo que se supone que ha de ser un "hombre de verdad" ya no funciona, ha quedado obsoleta, pero tampoco se construyen nuevos lugares de referencia, no hay nuevas formas ni tampoco referentes de una manera alternativa para poder ser. Frente a esta pérdida de identidad masculina, el estoicismo parece ser una solución mágica que nos "arregla" la vida, que a fuerza de sacrificarnos conseguiremos la ansiada felicidad. Sin embargo, esta vuelta a lo estoico es una vuelta que está mal interpretada, que está mal traída hasta nuestro días. Y este problema tiene que ver con una interpretación del estoicismo en una clave individual: solo el sujeto se salva a sí mismo y el sujeto puede conseguir lo que se propone a base de tu único esfuerzo.

Decía Zenón de Citio que debemos vivir de "acuerdo a nuestra naturaleza humana", pero eso no quiere decir que nos olvidemos del otro, de hecho los estoicos tenían una visión crítica del mundo, pero para ellos la idea de la comunidad era sumamente importante. Los estoicos destacaron que nuestra esencia como seres humanos radica en nuestro carácter social y en nuestra capacidad para razonar. Ser sociales significa que, aunque es posible sobrevivir en soledad –con grandes desafíos–, la verdadera prosperidad solo se alcanza en el contexto de la vida comunitaria. Es a través de la interacción y el intercambio de ideas con los demás como comenzamos a entendernos a nosotros mismos. Olvidarnos de lo ajeno, hacer como si todo fuera un estorbo en nuestra estoica meta, configurar nuestras existencias como nichos de voluntad en los que hay que evitar las "distracciones" del mundo, es una forma de intentar hacer que ese mismo mundo desaparezca. El mundo existe porque hay conflicto y ese conflicto no puede ser resuelto sin compartir nuestra vulnerabilidad.

Esta suerte de fortaleza fingida, de Imperio Romano construido en viviendas y vidas precarias, de invulnerabilidad, es una huida hacia adelante para muchos hombres. Es una forma de seguir "resistiéndose" en lugar de "conociéndose", es una tirita, un parche, a todos los malestares masculinos que no podemos nombrar y que no queremos mirar. El estoicismo no nos hará más felices si no somos capaces de ver nuestra interdependencia, si no somos capaces de cuidar de otros como cuidamos de nosotros mismos, si no nos reconciliamos y nos encontramos con esa parte de nosotros mismos que un día tuvimos que abandonar para convertirnos en hombres.

Menos sacrificios y más ternura.