En su libro 'Defensa del secreto', la filósofa Anne Dufourmantelle habla de querer no saber o no saberlo todo. De ese paisaje interior del otro que forma parte de su lugar íntimo, de aquello que no debería ser aprehendido.

Cabría plantearse si en un mundo en el que se nos exige la claridad, iluminar todos los rincones de nuestras vidas a través de la terapia, del autoconocimiento, del trabajo de la autoestima, del cuidado de uno mismo, es posible mantener un secreto y si ese sostener un secreto puede ser considerado como una traición a un mundo que necesita saberlo todo del otro y que en caso contrario, en caso de no saberlo todo, se vive como una mentira, como una exclusión, como si no te invitaran a participar en la existencia ajena.

¿Tenemos derecho a no compartirlo todo? ¿A guardarnos para nosotros mismos un lugar que no queremos que los demás habiten porque, quizás, ni siquiera nosotros sabemos bien dónde está? ¿Podemos realmente conocer algo si siempre vamos acompañados por la luz del otro? Porque parece que en un mundo absolutamente transparente, en el que se te exige saber qué estás pensando, que lo escribas, lo compartas, que des tu opinión (porque el silencio muchas veces es interpretado con un significado concreto), que te posiciones, que te signifiques, que lo tengas todo clarísimo, que no tengas ninguna duda, que seas contundente, en el que el dogmatismo sustituye el pensamiento y en el que las palabras nos hacen prisioneros de nuestras ideas, inamovibles, cerradas sobre sí mismas, en ese mundo parece imposible que pueda sobrevivir el misterio.

Y el misterio es imprescindible para la vida. Lo es en la medida en la que necesitamos del asombro, de esa fisura en la realidad que no comprendemos del todo, pero que nos devuelve al deseo, al presente a través de la inquietud, de lo incierto, de todo aquello que no podríamos explicar, pero que sin embargo, es. El tiempo viscoso tras la muerte de un ser querido. El color pupilas en el momento del orgasmo. El dolor de vientre en una despedida en un aeropuerto. Las lágrimas azules al ver a los demás sufrir. Todo aquello que nos recuerda que no somos simples individuos, que formamos parte de los demás, que somos "por los demás" y que sin ellos no podríamos ser. Es misterio que nos hace aferrarnos a los días, que hace que no sepamos la respuesta pero que sigamos haciéndonos preguntas de manera colectiva. Ese que vuelve a cada desconocido un conocido en el planeta Tierra.

Defender el misterio del otro es, en esencia, defender su derecho al secreto. Es respetar que hay cosas de las personas que no nos pertenecen y jamás lo harán, sobre las que no tenemos derecho. La libertad de los demás a guardarse algo para sí mismos es una libertad que ha de ser defendida frente a quienes vienen con la antorcha de la explicación. Defender un jardín secreto, un sitio de mi recreo, un espacio y un tiempo en el que poder seguir construyendo y destruyendo como cuando éramos pequeños, en el que nuestras fantasías no sean sometidas a juicios, en el que podamos seguir manteniendo una relación íntima con nosotros mismos, un puente entre yo y yo mismo, lejos de las palabras y de la mirada del otro.

Decir: no necesito entrar ahí, porque eso no es mío, es solo tuyo. Es tu precioso secreto.