En 2013, Justine Sacco, una relaciones públicas de 30 años, se encontraba en el aeropuerto de Heathrow, Londres, esperando un vuelo de conexión hacia Cape Town, Sudáfrica. Mientras aguardaba el embarque, publicó un tuit en Twitter (hoy X) dirigido a sus 170 seguidores: "Voy a África. Espero no contagiarme con VIH. Estoy bromeando. Soy blanca". Puso el móvil en modo avión y cuando aterrizó en Sudáfrica su vida había cambiado por completo. Su tuit se viralizó (mientras ella dormía a miles de metros de altura) convirtiéndola en el tema más comentado a nivel mundial en Twitter. Fue despedida de su trabajo, insultada y despreciada.

El escritor Jon Ronson entrevistó a Sacco para contar con su testimonio en su libro Humillación en las redes y allí cuenta cómo aquel suceso arruinó su vida. Un desafortunado tuit. Internet es un lugar que "necesita" que el otro esté bien definido, encontrar un enemigo claro al que usar de excusa para sacar lustre a la identidad propia. Ese otro se convierte en una esencia, en un "es", no en alguien que puede tener una actitud, en un momento, alguien que ha hecho algo que pueda ser, sino que el otro representa en su totalidad (y para siempre) lo que yo observo de él. Justine era una racista y necesitábamos a esa racista para sentirnos nosotros mejor, sentir que estábamos en el lado correcto del mundo (aunque muchos tengamos comportamientos racistas también) y ella en el incorrecto. No importa si es una equivocación o un malentendido, tampoco si sus motivaciones eran distintas, quizás hacerse la graciosa, gestionar un mal día a través de una provocación, lo que está claro es que su intención jamás fue que eso se viralizara, que llegara a tanta gente. A pesar de que pidió disculpas, borró el tuit y su cuenta, nada de eso sirvió para restituir lo que tenía antes, tampoco para poder cambiar la imagen que el mundo se había hecho de ella. Se hizo una fotografía de lo peor de Justine, una fotografía fija, sin derecho a réplica, a cambio, sin derecho a perdón, tan solo objeto de un castigo infinito, puesto que si a día de hoy buscas su nombre en Google sigue apareciendo el tuit. La perseguirá hasta después de su muerte y pasará a la posteridad por él.

Este proceso de deshumanización es algo que llevamos a cabo todos los días en los que utilizamos los fallos ajenos para validar nuestras teorías. Una forma de proceder que se ha normalizado, que parece ser la única forma de actuar posible, una en la que hay que ganar a toda costa, en la que nuestra imagen pública se construye en el desprestigio de la de otras personas, porque si somos capaces de señalar aquello que está mal en los demás probablemente no tengamos que mirarnos a nosotros jamás. Y es que cualquier de nosotros podría ser Justine, aunque pensemos que no, que ella es la mala y nosotros los buenos, cualquiera puede en un momento dado "cagarla" porque eso es lo que nos hace humanos, lo que nos recuerda que estamos vivos, lo que nos enseña también que podemos hacerlo mejor.

Sin esa simple posibilidad, la de aprender, estaríamos completamente perdidos.