Cuentan que Sócrates, condenado por un tribunal ateniense a morir bebiendo un vaso de cicuta, se puso a aprender una pieza para flauta muy difícil mientras le preparaban el veneno. Le preguntaron, claro, que de qué le iba a servir aprender la melodía si él mismo estaba a punto de desaparecer del la faz de la Tierra.
Para saberla antes de morir, dijo el filósofo.
Vivimos en un mundo obsesionado con que todo, absolutamente todo, ha de servir para algo. Ha de tener una utilidad y un fin y además ese fin ha de ser un fin que mejore lo presente. Si estudias algo ha de ser para dedicarte profesionalmente a ello, para vivir de ello, para ganar dinero con ello. Tienes que aprender, además, cuestiones que te diferencien de los demás, construirte un perfil, especializarte, buscar tu nicho, tu propia voz, destacar por encima del resto. Tienes que sacar provecho, rendimiento, maximizar, tienes que aspirar y que digievolucionar.
Además todo esto lo tienes que conseguir por supuesto, solo, tienes que crecer personalmente solo, tienes que deconstruirte solo, tienes que alcanzar tu propia felicidad solo, tienes que mirarte eso solo, tienes que ir a terapia solo, tienes que resolver tus dudas solo y luego, si eso, volver y tienes que hacer ver que eres un guerrero, un héroe, alguien autosuficiente que no necesita a nadie, que si no aporta, que aparte, tienes que saber identificar meridianamente la toxicidad ajena (nunca la propia) y arrancarla de cuajo.
Todo es perversamente cuantificable y desechable y también profundamente agotador.
Y es que el mundo se ha convertido en un lugar en el que decir que no estás haciendo nada productivo es casi un desacato a la humanidad. ¿En qué estás ahora? Eso te preguntan una y otra vez de manera insidiosa. Como si tuvieras que tener tu tiempo ocupado siempre. ¿Para cuándo el nuevo libro, hijo, colección, single? Algo nuevo porque lo que ya hay no es nunca suficiente, todo es ya obsoleto, nace viejo, vivimos en un pozo de novedades y actualidad, un lugar en el que el tiempo, ha muerto.
Por si no fuera poco, resulta que tienes que competir no ya con otros sino contigo mismo porque tienes que ser tu mejor versión. Tienes que desear cambiar porque siempre hay algo que mejorar. Ser extractivista de tu yo: no hay nada más rentable. Detestar quién eres, el lugar que ocupas, para desear cambiar, ser otro, jamás conformarte con nada y mientras no te conformas seguir produciendo y consumiendo.
Ojalá hiciéramos muchas más cosas que no sirven para nada.
Y que las hiciéramos por el simple placer de saberlas o de hacerlas, antes de morir.