Asistimos estos días a una especie de colapso emocional: pareciera que, como perros, hemos estado mordiendo una pierna y que algo nos ha pegado un toque para que la soltemos y entonces lanzarnos a morder un brazo. Pareciera que, así, la vida ha quedado reducida a una sucesión de mordidas.

La aceleración del tiempo hace que los hechos se agoten antes de empezar, que no sea posible pensar porque como decía Hannah Arendt: "Cuando se está golpeando, no se puede pensar". Esto nos condena a tener que saber antes de saber, a que el juicio, la culpa o el simple análisis se produzca en riguroso directo, sin posibilidad de otra reacción que no sea la obligatoria, porque el silencio no es una opción ya que se interpreta como una falta de compromiso, una ausencia de solidaridad, un apoyo implícito a lo opuesto, una traición. Frente al miedo a ser considerados traidores, se comparte algo, lo que sea, tu compasión, tu dolor, tu rabia, algo, que haga que los demás piensen que estás de su lado, que 'eres de los suyos', que te preocupan otras personas, que no sigues con tu vida 'como si nada', se exige el luto y se señala con la reprobación de la policía de la moral que no se muestre la tristeza y sí la banalidad de las rutinas.

Se pretende incluso que se aparque lo que se considera de manera injusta como no esencial, como accesorio, la cultura por ejemplo, aunque te dediques a ella, aunque sea tu trabajo, se hace sentir mal a la gente por trabajar, por promocionar su trabajo, por no ser "empáticos con la desgracia" como si se le pudiera pedir a la gente que dejara de ser azafata, de dejar la consulta médica o limpiar la calle porque "el mundo está triste". Sí, el mundo está triste y ojalá pensáramos formas más comunitarias y amables de vincularnos para compartir esta tristeza, pero no podemos solicitar a los demás que actúen de la manera que necesitamos que actúen frente a nuestro dolor. Hay gente que huye del dolor, gente que se apropia de él, gente que lo respeta y gente que lo expresa. Ninguna fórmula es mejor que otra.

Asistimos estos días a la instrumentalización de la legítima indignación para intentar derrocar a enemigos, a la utilización de bulos, de mentiras que hunden sus garras en el escándalo para alzar el vuelo, de falta de información veraz, de desconsuelo por sentir que es imposible el diálogo, que no se puede discutir sobre una base que no existe, que la conversación requiere unos mínimos de realidad, que realmente hay quien lo único que le interesa es destruirlo todo de cualquier manera, sin importar cómo, por el mero placer de ver caer a quien se odia. Las burbujas en las que vivimos nos hacen peores personas.

Me gustaría pensar que otro mundo es posible, pero hay días tristes en los que es difícil creerlo, lo repito, me lo repito, para ver si a fuerza de hacerlo, se cumple, como un deseo o una promesa.