Hay personas que con sus modos de vida cuestionan las de los demás. No hay que hacer mucho para molestar, simplemente no seguir alguna de las reglas de la heterosexualidad que pasan por la pareja monógama, la convivencia, el matrimonio y, por supuesto, los hijos, primero uno y luego a por la parejita, todo esto aderezado con una casa con jardín en propiedad, con hipoteca hasta el fin de nuestros días. Esto es maravilloso si es lo que deseas, claro, pero hay personas que no deseamos eso, para nada, y que cuando lo enunciamos en voz alto recibimos algún tipo de castigo en modo de burla (te vas a quedar para vestir Santos), de sutil desprecio (no quieres tener responsabilidades) o directamente de insultos (eres un egoísta).
Pienso en las personas que no vamos a tener hijos, en la amenaza que el mundo nos ha lanzado desde siempre, desde antes de que llegáramos a la vida, ese castigo velado de que íbamos a quedarnos solos: ¿Quién te cuidará cuando seas mayor? Visto lo visto, tampoco es que muchos hijos se porten de la mejor manera cuando sus progenitores llegan a mayores, para qué engañarnos, pero aunque fuera así, quizás existen otras formas de juntarnos que no tienen que ver con la sangre, con la familia nuclear, con esa idea de que solo la familia es la que va a estar para siempre en las buenas y en las malas. Las personas que cuestionamos con nuestros actos algunos modelos hegemónicos estamos acostumbradas al miedo. De hecho, por ejemplo, las personas homosexuales tuvimos que crecer con el miedo a que nos dejaran de querer por nuestros deseos. A eso te acostumbras, te sobrepones, haces afectos al margen, te construyes y corres el riesgo a que te rechacen por ser la persona que eres, no te queda otra, porque no hay otra vida. De hecho, incluso a quienes más parece que encajan, les sale regular.
También las personas que no vamos a tener hijos, que lo sabemos, que no queremos, que ese futuro nos parece un futuro terrible si sucediera, tenemos que aguantar que se nos diga que no sentamos la cabeza, que no nos enteramos de lo que de verdad importa en la vida, que la maternidad o la paternidad son indescriptibles, que es lo mejor del mundo, que pobrecitos pasar por la existencia sin vivir esto, que qué triste, seguro que no puede, prefiere seguir con sus cosas o sus caprichos. Las personas que no queremos convivir con parejas, ni casarnos, tampoco soñamos con un montón de gente alrededor de la chimenea el día de Navidad porque tampoco nos gusta especialmente la Navidad, tenemos que estar probando siempre que a pesar de no seguir la norma, somos 'normales', tenemos que ser alegres, simpáticos, divertidos, personas que entretienen a los demás porque no tienen cargas familiares, porque tenemos tiempo, 'Qué suerte tú que puedes seguir haciendo lo que yo hacía, y que me muero por volver a hacer, pero no puedo'.
Diría que los que no vamos a tener hijos tenemos que ser más creativos, usar la imaginación, juntarnos y hacernos lentejas mientras envejecemos, porque en eso consistía cuidarnos, en estar, en crear vínculos que no tengan que ver con las propiedades ni con las herencias, tan solo el legado de habernos acompañado, de que podemos contar las unas con los otros, de que puede que los demás estén haciendo sus edificios amurallados, pero aquí afuera, nosotros, seguimos brillando.