En su lúcido ensayo La vergüenza es revolucionaria (Taurus. 2023), el filósofo Frédéric Gros establece tres grandes dispositivos creadores de la vergüenza. El primer mecanismo es un proceso de inferiorización que sostiene la mirada superior e infantilizadora del "dominador". El segundo mecanismo es la reducción a estereotipos, fijando en el otro "fórmulas ya hechas". El tercer mecanismo es el de la estigmatización: que supone la introducción de una diferencia que supone menospreciar y excluir a quien "se la he detectado la desemejanza", haciendo sentir que "quedo mal". Dice Gros: "Quedar mal" es sentirse a la vez llamativo y desplazado: llamativo siendo visiblemente estridente y desplazado en el sentido de no estar en el lugar que corresponde. En el cruce entre ambos es donde aparece la vergüenza.

Me pregunto cuántas cosas hacemos a lo largo de nuestra vida por "no quedar mal". Por esa amenaza tácita a ser mirado con desaprobación, a ser excluido levemente, a que una sonrisa de medio lado te diga "tú no perteneces aquí". Creo que nadie es de aquí, pero que todo el mundo se esfuerza por serlo. Pienso en cuando compro esa botella de vino sin saber de vinos para llevarlo a una fiesta y no ir "con las manos vacías"; mis ojos que van de una etiqueta a otra, de un precio a otro, no entiendo nada, pero digo, llevaré uno caro, por vergüenza, porque si llevo uno demasiado barato, qué pensarán de mí. Pienso también cuando llegas con la botella de vino y resulta que la fiesta no era una "pequeña cena" sino algo mucho mayor; miras tu ropa y sabes que no "vas acorde" y estás a punto de darte media vuelta porque "estás fuera de lugar". ¿Qué es estar en el lugar que corresponde? ¿Quién dictamina ese lugar?

También me pregunto cuántas cosas hemos dejado de hacer a lo largo de nuestra vida por vergüenza, cuántos juguetes nos negamos a tocar por miedo a que nos llamaran maricas, cuántos bailes en nuestras cabezas que no bajaron al cuerpo, cuántas preguntas quisimos hacer y luego regresamos a casa con la fantasía de que las hacíamos y que además eran "buenas preguntas" y obteníamos un aplauso de ese interlocutor al que tanto admiramos, que nos veía. ¿Cuántas oportunidades hemos perdido por la vergüenza? ¿Dónde estaríamos ahora si la hubiéramos desterrado un poco o si el mundo no hubiera intentado avergonzarnos con cada cosa que no debía estar ahí?

La vergüenza es un método de control social, una manera de que sintamos la punzada de la humillación y la culpa incluso antes de haber hecho nada, porque la vergüenza usa como vehículo nuestra imaginación. Nos pensamos en situaciones que nos provocan vergüenza, anticipándonos de esta manera a un posible castigo, nos castigamos de manera preventiva y sin sentido. La vergüenza es una emoción que manipula nuestra realidad, que la ordena de una manera concreta y que nos ensimisma en la quietud, que nos impide asumir riesgos, probar, equivocarnos, aprender y ser un poco más libres.

Ojalá haber quedado mal muchas más veces.