Rafael Castillo, de 40 años, y Jesús Burillo Maldonado, de 28 años, comparten la pasión por la ciencia. Pese a que pertenecen a generaciones distintas, su historia tiene denominador común: frustración y precariedad.
"En 18 años que llevo dedicados a la investigación no sé qué es un contrato indefinido", lamenta Rafael Castillo, investigador del Centro de Investigación Biomédica en Red, quien cuenta que terminó la tesis en 2009 y que lleva 11 años con "contratos con fecha de caducidad". De hecho, su actual contrato caduca en poco más de un mes.
En el caso de Jesús Burillo, investigador predoctoral de la Facultad de Farmacia de la UCM, le queda un año para terminar su tesis y no sabe si algún día conocerá "la estabilidad laboral". "Mi contrato está ligado al proyecto. Si sigue adelante sigo y si no, mi contrato se acaba", afirma el joven.
Sin embargo, Burillo se siente afortunado porque cobra por trabajar, algo que no les pasa a compañeros de su mismo departamento. "Cobrar por trabajar parece obvio. Pero, por desgracia, en la ciencia en España no es tan obvio", expresa el joven, para quien, "tener que reivindicar esto es un poco triste".
En una ciencia precaria y mileurista, a veces hay luz al final del túnel, como es el caso de Luis María Escudero, de 45 años, quien, tal y como él mismo cuenta, ha tardado "21 años en ser recibir un contrato estable". En su palmarés se encuentra el descubrimiento de una nueva forma geométrica que le ha permitido que, tras años de esfuerzo, haya conseguido entrar en el Departamento de Biología Celular de la Universidad de Sevilla.
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"Es como si estás todo el tiempo detrás de una zanahoria. Nunca consigues esa zanahoria que es el contrato estable", señala el investigador. En su caso, él ya tiene su zanahoria, aunque los que vienen detrás, como Jesús Burillo se preguntan: "¿De verdad merece la pena seguir esto?". Lo cierto es que tiene que merecerlo, porque nuestro futuro os necesita, y de ahí la importancia de firmar para elevar al 2% del PIB español la inversión en ciencia.
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