Las predicciones científicas sobre la vida en el mar deberán revisarse si tienen como parámetro la influencia del carbono que absorben de la atmósfera sus aguas, que es del 30 al 60 % mayor de lo que se creía, según un estudio hecho al amparo del Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC).
A falta de conclusiones definitivas, el estudio, basado en datos recabados desde el buque oceanográfico del CSIC "Sarmiento de Gamboa" al noroeste de África, ha permitido ya constatar ese error, según ha explicado Javier Arístegui, uno de los cinco españoles incorporados al Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático de la ONU.
Recién llegado de una campaña oceanográfica desarrollada cerca de Cabo Blanco por investigadores del CSIC y de la Universidad de Las Palmas de Gran Canaria, de la que es catedrático de Ecología, Arístegui ha destacado el carácter novedoso de los análisis llevados a cabo, tanto por la tecnología empleada como, sobre todo, porque afectan a una materia hasta nunca estudiada en detalle.
Ya que "nadie anteriormente se ha puesto a mirar esto, nadie ha dicho: 'hay un sumidero de carbono aquí que no estamos teniendo en cuenta'", ha argumentado el científico, que ha dicho que la decisión de tratar ahora de conocer más sobre el asunto obedece al hecho de que una mayor o menor presencia de esa sustancia en los mares influye en su grado de acidificación, que afecta a los seres vivos.
Y, en especial, tiene repercusiones sobre componentes del plancton o formaciones como los corales, que puede dañar hasta hacerlos desaparecer en algunos casos, generando consecuencias en especies de peces u otros animales que dependen de aquellos para subsistir, directa o indirectamente, ha expuesto.
"Es muy perjudicial para ellos", ha insistido el investigador, que ha destacado que la disminución de la presencia de esos organismos tiene distintas repercusiones negativas para la vida humana, pues son elementos importantes para el proceso de absorción del dióxido de carbono que se produce por las emisiones llamadas de efecto invernadero que generan las actividades de las personas.
Publicado en 'Science'
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Para ello, los investigadores de la Universidad de Stanford han aplicado de manera tópica un colorante alimentario común y ello ha permitido observar sus vasos sanguíneos y el funcionamiento de los órganos y los músculos.