No canta, no baila, pero no se la pierdan. A pesar de la creencia popular, nadie escribió esto sobre Lola Flores, además porque sería mentira. Claro que cantaba y bailaba y claro que no había que perdérsela porque era un torrente de talento.

Era 21 de enero de 1923, hacía frío en Jerez de la Frontera, seguro, y entonces llegó ella, María Dolores Flores Ruiz. Lola. Un torbellino de talento que desde las escuelas locales llamó tanto la atención como para empezar en el cine con 17 años.

Poco después llenaría durante varias temporadas los teatros junto a Manolo Caracol con el espectáculo Zambra, que le dejó un recuerdo agridulce toda su vida. Sabiendo que Lola tenía una deuda con sus padres de unas 50.000 pesetas de la época, mucho dinero, el productor se ofreció a dárselo a cambio de sexo.

Cuando ella les devolvió el dinero a sus padres, llorando, les suplicó que no preguntaran nunca cómo lo había conseguido. Los éxitos llegaron y del estatus de estrella no se bajó jamás.

Lola Flores fue parte de ese grupo de folklóricas imprescindibles de la época como Carmen Sevilla, y anfitriona de las mejores fiestas de Madrid: Ava Gardner, que no se perdía una, estuvo en el bautizo de su hijo Antonio Flores.

Si ya era popular, la televisión multiplicó su éxito entre la gente. Tenía tanto carisma que llegó a leerle la mano a Manuel Vázquez Montalbán y predijo que tendría "una vida larguísima".

En 1992, ya diagnosticada de cáncer, sabía reírse de sus propios errores: "Que este año nos traiga salud, que nos queramos mucho y haya dinero para Hacienda, pero también para uno".

El 16 de mayo de 1995 se nos fue, sí, a todos nosotros. Madrid entero se paralizó al paso del cortejo fúnebre. "En cuarenta y pico de años no han dejado de quererme", dijo un día La Faraona. Y si supieras, Lola, que 27 años después no hemos dejado de hacerlo.