De unos ojos en pleno éxtasis, a unos ojos que no ven, borrosos, ciegos, a otros que lloran, a los ojos de esa amante que mira cómo la retratan, a los ojos con los que vio la vida -y luego la pintaba- Tamara de Lempicka.
Siempre enigmática y misteriosa, Lempicka trazó pronto su carrera. "Huyó de Rusia después de la revolución, tenía una gran sensibilidad hacia el mundo de los exiliados", cuenta Gioia Mori, comisaria de la exposición de la artista en Madrid.
Se instaló en un París efervescente huyendo de los bolcheviques y allí su obra, siempre firmada bajo pseudónimo, empezó a despuntar. "Ella toma el apellido de su marido, Lempicki, porque como era mujer no le aceptaban su apellido como tal", destaca Cristina Trigo, jefa de equipo de la exposición.
Atrevida y seductora, como los desnudos que pintó, Tamara de Lempicka mostró abiertamente su bisexualidad. Frecuentó locales clandestinos 'El doble 47', donde sólo se reunían mujeres con apariencia masculina.
El mundo de la obra también se ve reflejado en la obra de Lempicka, glamour, sensualidad y elegancia mezclados en su pintura con los diseños de Salvatore Ferragamo o Elsa Schiaparelli.
La reina del art Déco, como se la conoció después, inspiró a artistas como Madonna, que posee algunas de sus obras y las usó en varios videoclips y conciertos.
"La obra de Lempicka ha estado siempre en manos privadas y eso ha desfavorecido que se pueda dar a conocer", añade Trigo.
Su cubismo suave, sus cuerpos geométricos y sus colores satinados que estuvieron a punto de quedar relegados si no hubiera sido porque un galerista francés la popularizó en los 70. Desde entonces, ya nadie ha podido olvidarse de Tamara de Lempicka, el personaje que traspasó a la artista. Arrolladora, libertina y etérea; Lempicka.