Hoy habría cumplido 100 años. Su obra consiguió fundirse con el paisaje. Pero para el joven Eduardo Chillida nada fue sencillo. Decía que cuando veía un balón sobre su área él solo veía figuras y formas geométricas, Controlar el tiempo y el espacio para adelantarse a él fue lo que le llevó de su primera profesión, portero de la Real Sociedad, a la definitiva. Su hijo, Luis Chillida, relata que la portería, dentro del campo, era ése lugar donde trabajaba pensando también en el espacio y el tiempo.

Por el camino pasó por la carretera de la arquitectura, que abandonó para estudiar dibujo en el Círculo de Bellas Artes. El joven Chillida dibujaba con mucha facilidad. Tanto que se aburría y decidió empezar a dibujar con la mano izquierda. "Era muy torpe, pero decía que obedecía al cerebro y a la sensibilidad", cuenta su hijo.

A Eduardo Chillida le gustaba ponerse las cosas difíciles. Le plantó cara, incluso, a la gravedad. Decía que desde el peso se revelaba contra ella. En París fue donde descubrió el hierro, material que junto al hormigón fue esencial en sus obras, piezas que quería que fuesen públicas porque, según él, lo que era de uno no era casi de nadie. Llevarlo a la práctica no fue tan fácil.

Una de sus esculturas más conocidas, 'El peine del viento' de San Sebastián, le llevó a enfrentarse con el ayuntamiento. "No llegó ni a inaugurarse porque no era el momento", recuerda su hijo. Le quedaron sueños por cumplir. Su gran utopía, el vaciado de la montaña de Tindaya, nunca se llegó a realizar.