Cada uno tiene sus demonios internos. Esos que cuando salen, mejor ni acercarse. Pero esos demonios también sirven para inspirar. Muchos autores hicieron de sus problemas, virtud. Les dieron salida a través de libros y les convirtieron en leyendas. Por ejemplo: Philip K. Dick fue uno de los escritores más visionarios del siglo XX. Fue uno de los padres de la ciencia ficción.
Entre sus relatos se encuentran obras de las que luego salieron 'Desafío Total', 'Minority Report' o 'Blade Runner'. Pero las famosas lágrimas de K. Dick no venían por el miedo a perder lo que le hacía humano. Venían por un miedo visceral a las alturas. Esos vértigos le provocaron esquizofrenia, alucinaciones visuales y auditivas. Pero se las arregló para traducir todo eso en palabras e historias.
Historias como las de 'Ana Karenina' o 'Guerra y Paz'. Leo Tolstoi los escribió para poder explorar su propia tendencia a la depresión. Como forma de confesión. Kafka también era de los de autoexplorarse. Sufría ansiedad social y depresión y volcó sus frustraciones en obras tan universales como 'La metamorfosis'. A Edgar Allan Poe le encontraron vagando por las calles vestido con ropas que no eran suyas.
Murió a los pocos días de "inflamación cerebral". Un eufemismo para esconder el consumo excesivo de drogas y alcohol al que sometía a su cuerpo para combatir unos demonios que no pudieron con su talento. Todo ese terremoto que habitaba en su interior fue el que le convirtió en el padre de los cuentos de terror.
Pero el rey de los demonios internos fue H.P Lovecraft. Sufría miedo a los espacios cerrados muy grandes, miedo a la luz diurna, al frío, a los cambios, al desorden e incluso a los vegetales. Todos estos ingredientes crearon su universo literario. Tan rico, como espeluznante.