En el París de entreguerras, Picasso era el rey. Fue en esta ciudad donde un grupo de jóvenes artistas, influidos por la teoría del psicoanálisis de Freud, dieron vida al surrealismo.
"Si las profundidades de nuestro espíritu ocultan extrañas fuerzas capaces de aumentar aquellas que se advierten en la superficie es del mayor interés captar estas fuerzas", escribió André Bretón en el Manifiesto Surrealista.
Este nuevo movimiento vanguardista buscaba dar rienda suelta a la creatividad mediante la liberación del inconsciente. Y, ¿cómo se hace esto? A través del dibujo automático o, como para Max Ernst a través del frottage.
El mundo de los sueños se vuelve el escenario perfecto para Dalí o Delvaux. Pero frente a ellos, otro movimiento, se gesta en la recién creada Unión Soviética.
"El arte debería asistirnos allí donde la vida transcurre y actúa: en el taller, en la mesa, en el trabajo, en el descanso, en el juego, en los días laborales y en las vacaciones, en casa y en la calle, de modo que la llama de la vida no se extinga en la humanidad", así concluye el manifiesto realista, que dará lugar al constructivismo, el arte del comunismo. Tatlin, Malevich o El Lissitzky fusionan todas las artes para crear una nueva al servicio del pueblo.
Destacan el monumento a la Internacional, a la tribuna de Lenin, o los más de 150 fotomontajes que Rodchenko llevará a cabo.
Mientras, a cientos de kilómetros de allí, insisten en si el dibujo de una pipa es una pipa o su dibujo.