La escritora Rosa Regàs ha muerto este miércoles a los 90 años en su residencia de la localidad ampurdanesa de Llofriu (Girona), según fuentes próximas a su familia.

Regàs, nacida en Barcelona el 11 de noviembre de 1933, ganó en 1994 el Premio Nadal con su novela Azul, y en 2001 ganó la 50 edición del Premio Planeta con la novela la Canción de Dorotea.

Además de su actividad literaria, con más de una veintena de libros, Rosa Regàs había trabajado como traductora para Naciones Unidas en Ginebra y dirigió la Biblioteca Nacional de 2003 a 2007.

El pasado mes de junio, Rosa Regàs presentó en su masía de Llofriu el libro de memorias 'Un legado. La aventura de la vida', basado en entrevistas con la periodista Lídia Penelo.

Regàs, una mujer que rompió esquemas

Regàs fue una mujer luchadora que tuvo que sobreponerse desde la infancia al estigma de ser hija de republicanos perdedores de la Guerra Civil y que, tras un temprano matrimonio en el que tuvo cinco hijos, supo abrirse camino entre la rígida sociedad franquista para estudiar la carrera de Filosofía y convertirse en traductora, editora y, finalmente, escritora de éxito.

Una vida intensa y llena de proyectos que la animaron a escribir cuando sobrepasaba los 50 años, movida por la fuerza y el entusiasmo de quien busca la libertad y seguir el propio camino por encima de todo.

"Yo no quise renunciar a ninguno de los aspectos que me ofrecía la vida", dijo Regàs, quien, tras ser separada de sus padres al término de la Guerra Civil, quedó interna en un colegio de monjas hasta los 17 años para casarse solo un año después, una educación tradicional para la época que no truncó su ansia por abrirse paso en el ámbito profesional, lo que la convirtió en una mujer avanzada a su tiempo.

Para ello, empezó a buscar un trabajo porque era consciente de que no tendría libertad total si no tenía libertad económica, y de este modo entró en la editorial Seix Barral, que buscaba a una persona para hacer labores para la prensa. Este ansia de independencia personal fue un ejemplo para otras mujeres de su época que todavía sentían la presión social de no amoldarse a lo que les imponía la sociedad en la que les tocó vivir.

Rosa Regàs decía que sus novelas reflejaban casi todo de ella, pues son historias que se nutrían de sus experiencias, de sus recuerdos e impresiones, convenientemente moldeados y adaptados después por su imaginación.

Junto a escritores como Manuel Vázquez Montalbán, Terenci Moix, Jaime Gil de Biedma o José Agustín Goytisolo, arquitectos como Óscar Tusquets, Oriol Bohigas o Ricardo Bofill, cantantes como Raimon y Serrat o editores como Jorge Herralde, Esther Tusquets o Beatriz de Moura, Regàs se movía en un ambiente liberal y de modernidad impropio de la época. Fue una etapa sobre la que decía no sentir añoranza, pero en la que conoció a un grupo de personas con una talla intelectual y artística que posteriormente no volvió a encontrar, según admitía.

Viajera impenitente, reflejó esta faceta de su vida en varios artículos y libros de viajes, como 'Viaje a la luz del Cham' (1995), narración de una estancia de dos meses en Siria o 'Volcanes dormidos' (2005), sobre sus viajes a países centroamericanos con el también escritor Pedro Molina Temboury. En 'Diario de una abuela de verano. El paso del tiempo' (2004), la escritora mostraba su relación con sus numerosos nietos, con quienes convivía cada verano en la casa de campo que tenía en la Costa Brava, un libro que inspiró la serie de televisión 'Abuela de verano'.

Distinguida en 2005 con la Cruz de Sant Jordi de la Generalitat y la condecoración Chevalier de la Legión de Honor de Francia, Rosa Regàs estuvo muy vinculada al país galo por su formación y afinidades, pues pasó tres años de su infancia en París (1937-1940) y, a su regreso a Barcelona, permanecieron allí sus padres.