En el año 1255 era el único pueblo de la zona que no pertenecía al monasterio de Veruela, por lo tanto, este no podía hacerse con sus impuestos ni con sus riquezas, y por ese motivo empezó su rivalidad. Como no se ponían de acuerdo, los enemigos del lugar aprovechaban cualquier rumor para decir que era un pueblo de brujas, acusaban a las curanderas de la zona de hacer hechizos con hierbas y animales y se escudaban en cualquier excusa que diera para justificar que hacían magia negra.
Con el paso del tiempo, el abad de Veruela pidió al arzobispo de Tarazona que excomulgara al pueblo entero, pero no tuvo mucho efecto en el día a día de sus habitantes y con los años cayó en el olvido. Fue ya en 1511 cuando el Abad del Monasterio de entonces, con el permiso de Julio II, le echó una maldición al señor de Trazmoz, Pedro Manuel Ximenez de Urrea, y por lo tanto al pueblo.
¿Pero qué pasa por vivir en un pueblo excomulgado y maldito?
Por aquel entonces los habitantes del pueblo se decía que no podían ir al cielo, que tenían la entrada totalmente cerrada y que además allí pasaban cosas sobrenaturales. Lo cierto es que hoy en día eso no les repercute en nada, en la práctica las vidas de sus habitantes son normales, tienen iglesia, se casan, hay misas, pero esa maldición, que solo un papa la puede levantar, ha permitido que la magia continúe en el pueblo, cada año escogen a una bruja, teniendo en cuenta la implicación de esa persona por el pueblo, y además celebran la fiesta de la brujería el 1 de julio.
"Trasmoz es el sitio al que Bécquer más líneas le ha dedicado"
El poeta Sevillano Gustavo Adolfo Bécquer acudió a Trasmoz con su hermano con la intención de curarse de tuberculosis, y una vez allí se dejó encantar por el halo misterioso del pueblo, escribió en el Monasterio de Veruela "Cartas desde mi celda" en la que cuenta la muerte de la tía Casca, la última bruja de Trasmoz. Por ello el pueblo está lleno de murales que plasman el rostro del poeta, así como sus escritos.